Centro Ignaciano de Reflexión y Espiritualidad
En lugares en los que hay estaciones, el tiempo marcado por los cambios refleja toda una manera de comportamiento de la misma naturaleza, en ciclos complementarios y en repeticiones continuas a los cuales el ser humano suele acostumbrarse.
Saber lo que va a suceder o que simplemente se repite, si no es preparado o apreciado no se percibe el ámbito de avance o de la espera confiada. La novedad puede ser provocada o asimilada, depende de la disposición a que la gestación de la vida asuma el reto de ir más allá de lo acostumbrado y descubrir en los detalles la presencia transformante, en lo que no da brillo, ni tiene atractivo. Es la capacidad de penetrar en lo que no es refulgente y descubrir la fuerza de la transformación que se abre paso de manera lenta, pero fuerte… En el silencio y en lo insignificante es donde aparece la fuerza divina… siempre simple, sencilla y sugerente.
La resurrección, un proceso de presencia ausente, porque Dios está ahí, como si no estuviera, garantiza el ir lentamente gestando en bien de la humanidad la incontenible fuerza de la esperanza. Toda la gestación del proceso de la Resurrección es sentir y gustar la presencia de Dios en la propia historia que acompaña procesos de maduración, así como de transformación y cambio, que comúnmente la humanidad denomina bendiciones a lo largo del tiempo.
La propia historia, la mirada al pasado, en un ir pasando por diversas experiencias de vacío, dolor o pérdida, Dios parece encontrar la manera de llegar también a esos lugares vacíos y ofrecer una nueva vida. Y en el proceso de la fe, un avance hacia la plenitud que en el trato y el contacto con los demás se puede ofrecer desde la fe.
Los Evangelios muestran que los dones de Jesús en la Resurrección –perdón, comunidad, consolación, reconciliación y la promesa de una nueva vida– no terminan con Jesús dando estos dones a las personas con las que se vuelve a conectar, con quienes vuelve a hacer sentir su presencia y su amistad.
Jesús siempre generoso con los discípulos, por dicha conexión, hace que sus amigos sean fermento y generosidad al compartir los dones que han recibido. Jesús le dice a María Magdalena que no se aferre a él, sino que salga y difunda la buena nueva a los demás, lo cual ella hace con gusto. Jesús perdona a los discípulos, se reconcilia con ellos y los anima a perdonar también, y se convierten en presencias perdonadoras en el mundo. Tomás cree y luego se convierte en modelo de fe para los demás. Pedro y Jesús se reencuentran en las preguntas que se hacen junto al algo, y Pedro renueva su entrega. La Resurrección de Jesús no es sólo un momento, entonces, sino que sigue siendo regalo y tarea.
¿Conocemos y apreciamos la magnitud de lo que se nos ha dado en Pascua? ¿Confiamos en que cuando experimentemos el vacío, seremos llenados? Si lo hiciéramos, compartiríamos lo que tenemos ahora mismo: compartir la Buena Nueva con los demás, ¿compartimos nuestros dones con más esperanza y siendo valientes agentes de justicia, sanación y perdón? ¿Y dónde estamos más dispuestos a compartir lo que tenemos con los demás, porque sabemos cuán agraciados somos, mucho más allá de lo que merecemos o hemos ganado, en lo que Dios nos ha dado?
Escribir comentario