Centro Ignaciano de Reflexión y Espiritualidad
En medio de los afanes tan continuos, de tareas pendientes por realizar, de muchos olvidos no por descuido, sino por agendas fuertes por cumplir… se quiere salir corriendo, pero ¿a dónde? El asunto es personal y se siente el cansancio, la presión, la necesidad de cumplir, pero también de estar en paz, serenidad, confianza. Cuando no se sabe pero se quiere, se avanza, mas no como quisiera, sin saber en verdad qué es lo que se desea, anhela, busca, espera… ¿qué hacer?
Encontrarse en esta situación inesperada, en la que se necesita ayuda; como personas de fe es importante buscarla, para descifrar qué es exactamente lo que Dios está tratando de hacer aquí. Lo más lógico es que cuatro ojos vean mejor que dos, en este sentido es aconsejable encontrar una persona ajena a la vida cotidiana propia y que pueda ser una voz, una palabra, una mirada racional, objetiva y enfocada espiritualmente que ayude a sentir y gustar el movimiento de Dios en la propia vida… es decir, con quien hablar sobre lo que pasa, la espiritualidad, las búsquedas, las trivialidades para otros pero preocupaciones fuertes o intereses de maduración, todo aquello que pervive en el corazón.
Mientras pueda darse ello, es posible que puedan servir unos apoyos para este crecimiento interior:
a. Darme la oportunidad de sentir lo que siento. A menudo, en situaciones difíciles, muchos ocultan o enmascaran lo que están sintiendo. En ocasiones se pasa por cuestionar o dudar de lo que se está sintiendo, se pone en entredicho si es válido o no. Sentir ya es un importante paso adelante, pero al mismo tiempo darse cuenta de ello.
b. Algo difícil en este momento del culto al Yo, de la autosuficiencia, es el pedir ayuda, cuesta bastante. En ese cerramiento sobre sí mismo, no es fácil saber cuánto en verdad, de lo que está sucediendo, se quiere compartir con los demás. No es fácil dejar entrar a otras personas. Hay muchas maneras de pedir ayuda. Aquí se trata de buscar acompañamiento –dirección– espiritual puede ser la ayuda de momento. Hay otras formas pequeñas e importantes en las que puede ser solicitada la ayuda, como pedirle a alguien de la familia que le ayude a cuidar o en la oficina que le haga un pequeño reemplazo para encontrar el espacio que necesita.
c. Dar la mano a quien lo necesita, romper la cultura de la indiferencia o del “a mí eso no me corresponde”, porque siempre hay alguien que ayuda puede necesitar. En medio de la propia situación, no olvidarse de buscar fuera de sí mismo. No olvides que tu situación, aunque es única y particular, no solo tú la vives, no te quedes amarrada en ella. La realidad de estar como sin luz, es decir, en desolación no puede separarte de los demás.
La invitación pasa por mirar cómo puedes seguir siendo luz, señal, presencia de la cercanía de Dios en el mundo. En la desolación, enfoca tu ser y tus fuerzas hacia los demás. Acepta las invitaciones para ayudar a otros y deja que la respuesta dada fortalezca lo que en verdad eres y el esfuerzo de ser.
¿Cómo sería si hicieras lo mismo? Ilumina este camino con la parábola del Samaritano en Lucas, 10, 25-37. No dar rodeos, sino mirar dentro y cambiar la agenda por la grandeza del amor.
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