Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios
La contemplación de la Encarnación, tal como nos la presenta Ignacio, pone de manifiesto la mirada amorosa, cercana y comprometida de la trinidad con la historia de la humanidad, que se encuentra sin salida y sometida a la fealdad y malicia del pecado. Dios mismo asume y se implica en meterse al río de la historia para renovar, darle un giro y transformar con su presencia y riesgo esta misma historia.
El “hagamos redención” es obra de la trinidad, no desde la distancia, sino arriesgando por la encarnación todo (Fil 2,5-11) desde el último lugar, en el vaciamiento, la solidaridad total con la historia de los seres humanos para sanar heridas, devolver la esperanza, superar miedos, abrir caminos creativos de vida saludable, de compartir solidario, de detalles que enamoren y de sentir que hay un futuro para todos, superando con la compañía de Dios tanta situación de injusticia, calamidad, dolor y sufrimiento.
Dios mismo con su obra de la encarnación asume todo para ayudarnos a seguir adelante y que la última palabra es la salvación y no el desfiladero del horror y la injusticia, del sinsentido y la violencia; sino que hay un futuro que se siembra en la esperanza, se cultiva en el silencio y se madura en la historia. Es una determinación activa en favor de la humanidad y un compromiso que se lleva a cabo en plena solidaridad que transforma al Hijo en hermano. Compromiso que pone en marcha (¡y necesita!) la colaboración de las criaturas: la del ángel Gabriel "haciendo su oficio de legado" (EE 108), la de María "humillándose y haciendo gracias a la divina majestad" (EE108), y aquella que el ejercitante pide para sí mismo cuando pide "amar y seguir" (EE 104), "más seguir e imitar al Señor nuestro" (EE 109).
Dios desea darse y no se queda lejos de la realidad y de la humanidad, sino que se da y en su entrega por nosotros total, se da, en su Hijo -que es una Palabra suya, que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.
Toda la mirada compasiva y solidaria de la Trinidad sobre la historia y la condición humana. La redención como implicación personal de Dios, la asunción de la condición humana como modo divino de redimir, la conciencia de un "por mí" que suscita una entrega que es participación en la obra y el estilo redentor de Jesús.
El “hagamos redención” trinitario, nos lleva a nuestra respuesta al ver cómo la mirada compasiva de la Trinidad en favor de sus criaturas (EE 102) nos reta a vivir con un profundo agradecimiento de quien se sabe salvado por esa mirada. No somos sólo los que miramos el mundo "con" la Trinidad, sino que también formamos parte de ese mundo que es mirado "por" la Trinidad: no sólo hay que mirar con la Trinidad, sino sentirnos mirados por la Trinidad. Ello es importante para evitar mesianismos y triunfalismos vacíos.
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