Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios
Siguiendo adelante con estas insinuaciones, para sentir y gustar –tan propio de Ignacio- es de más y mejor ayuda el seguir profundizando y manteniendo la línea de continuidad con estas realidades propias de la vida interior, que facilitan y acompañan en este caminar espiritual.
La gratuidad y perseverancia. (Lc 18,1; 1 Tes 5,17) El amor gratuito de Dios contrasta con las actitudes egoístas, utilitaristas y eficacistas, tan presentes en el mundo actual. La gratuidad es acoger con sencillez, como don inmerecido, todo cuanto recibimos de la vida, desde los más sencillos dones hasta el mayor que es Jesucristo, así mismo no puede quedarse de brazos cruzados, sino que hay que mantener la constancia a pesar de adversidades o de logros, porque el que persevera alcanza. A veces buscamos más: dar y hacer por los otros, que darnos y entregarnos en un trabajo sencillo, acogedor, sereno, solidario y humanizante, que se hace servicio al ser humano y alabanza a Dios. ¿cómo alcanzar el don de orar?.... desear y pedir.... por eso mantener el deseo de Dios.... e insistir en la oración de petición con amorosa insistencia... como la cananea (Mt 15,21-28) que insiste en las migajas o como el centurión (Mt 7,5-13) que solo esperaba una palabra, que les lleva insistir, a pesar de todo. Es sentir y gustar la dependencia de Dios, como lo presenta Pablo (Fil 4, 5b-7).
Llegar a conocer a Jesús. La oración es para adquirir un conocimiento interno de Jesús: cómo vive, cómo reacciona, cómo siente. (Fil 2,5; 3,10) Es decir, la oración tiene que llegar al fondo de la persona, tanto de la persona de Jesús como de nosotros mismos. Pero no se trata de un conocimiento intelectual, de cosas que se pueden aprender de memoria, sino de sentir y gustar internamente, de dejarme impactar por Jesús. Comprender que es el mismo Jesús el que sale a mi encuentro. Es un conocimiento que me lleva al amor, y un amor que me hace seguirle más de cerca y por lo tanto a que en mi vean el reflejo de Dios, por la transformación que lentamente se obra al interior de la persona y que se capta por algunos efectos que se ven en el comportamiento personal, familiar, social, eclesial
Confianza y sinceridad. (Mt 21,22; Mc 11,24) Son parte de nuestra vida diaria, con ellas nos movemos y vivimos, y de ellas dependemos. El nos conoce tal como somos. Así es la relación con Dios: saber que Él está ahí, escuchándonos, comprendiéndonos, y hasta incluso riéndose con nosotros. No sólo es el saber que Él nos ama, sino también el confiar en que Él nos introduce en su proyecto de amor. Un proyecto que nos impulsa, alienta, estimula para seguir adelante en la construcción de su Reino. Entrar a la oración con la seguridad que Él está ahí, y con la confianza de saber que Él nos necesita, que quiere darnos una misión a cumplir. Por eso, el diálogo debe ser sin ambigüedades, muros de defensa, máscaras y tantas otras artimañas que empleamos para mostrar una imagen al resto de las personas. Este caminar va trayendo cosas que satisfacen, llenan de serenidad, fuerza, ganas de vivir para salir del individualismo opresor y de apertura al encuentro en comunidad.
Presencia de esperanza. Son muchos los que en medio de luces y sombras, esperan un mundo mejor (Mt 12,21), por eso no hay que desecharla, porque ella significa fuerza, que invita a agarrarse fuerte en el tiempo presente, vivir el aquí y el ahora, por eso no podemos intentar tomar el camino del más tarde, porque se culmina en el camino del nunca. En esta realidad no se puede huir al futuro o refugiarse en el pasado, porque disuaden de confiar al amor de Dios hoy. (Sal 33(32) 20-22). Cuando se cultiva inútilmente el lamento el gran peligro es ser rumiante, conservando el espíritu y el corazón obstruidos, llenos de pesar y tristeza. Por otra parte, cuando se huye hacia el futuro tener la capacidad de anticipar y de prever, porque la tentación lleva a evadir el presente, hasta el punto de ser ineptos para atender a quienes nos rodean. Vivir el hoy de la presencia de Dios y vivir la esperanza es la misma realidad profunda (Rom 4,18; 12,12) No desertar del presente, porque esa es la gran tentación, por eso de mano en mano, de corazón a corazón debemos pasarnos la esperanza, de tal manera que el evangelio sea un asunto de contagio y no de una vacuna. Es una espera en alegría (Prov 10,28)
Amor y silencio. Ignacio quiere y desea que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras (EE 230). Pero ¿cómo expresar el amor en la oración? Muchas veces sucede que nuestro rato de oración, se convierte en un monólogo, de palabras o de pensamientos e ideas. Por eso, es importante dejar que Dios nos invada; sentir y gustar su presencia en nosotros (Todo aquello que nos descentre de nosotros es una ayuda, por eso un buen uso de mediaciones, sin sicologizar la vida del espíritu).
El sentir y gustar la presencia de Dios es de por sí una enorme oportunidad que no podemos dejar pasar; como dice el dicho, es preferible una oración sin palabras que muchas palabras sin oración. Igualmente, llegar a un diálogo amoroso con el Señor se logra cuando me dejo interpelar por la Palabra. Oír lo que Dios ha dicho, lo que Dios me dice a mí a través de la lectura evangélica o de la realidad de la vida. Tomar la misma actitud de Samuel, y repetir con él, habla Señor que tu siervo escucha (1 Sam 3,10), intentando responder a las preguntas que plantea la palabra de Dios.
Un amor que se expresa en el silencio amoroso: silencio para sentir la presencia de Dios, silencio para escuchar la Palabra de Dios, silencio para rumiar tal Palabra, y silencio activo para poner en práctica la voluntad de Dios. Fruto del amor y del silencio nace el compromiso, porque del encuentro con Jesús algo tiene que pasar. Lo mismo en la oración, si se desea una vida nueva hay que morir a la vieja forma de vivir (Ef 4, 14-32) porque la oración lanza hacia delante, a la misión. Si Jesús anunciaba la Buena Noticia y denunciaba el anti-reino, la oración no puede estar desconectada de esa misma dinámica. Es la única manera en que nuestra vida se irá convirtiendo en oración, y podremos ser así contemplativos en la acción.
“Cuanto más se aparte, será de más provecho” (EE20). En esta experiencia de Ejercicios la soledad y el silencio se transforman en grandes aliados. A través de ellos nuestros sentidos interiores despiertan y se agudiza nuestra escucha a Aquel que ha querido invitarnos al desierto, para hablarnos al corazón (Os 2,16). Todo lo que soy es convocado al encuentro con el Señor, y en medio del silencio surgen nuevas voces y palabras que escuchar... En medio de la soledad surgen muchos rostros y la presencia del Señor que quiere captarnos totalmente. A lo largo de estos ejercicios, una atención serena y llena de confianza nos ayudará a sintonizar con El, tanto en la oración como en los otros momentos del día.
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Felicidad (miércoles, 18 agosto 2021 16:52)
Muchas gracias! La vida del padre Julio dejó muchas semillas que hoy germinan! Triste aun por su partida…