Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios
La experiencia de los Ejercicios, que muchos hemos realizado en diversas modalidades, no es una rutina más; al contrario, es una tarea de maduración en el camino de la fe y el seguimiento de Jesús, mi Señor. Lo que se presenta a continuación son algunas pistas de ayuda a seguir viviendo en la vida diaria el deseo profundo de encuentro con Dios
Ánimo y liberalidad. El encuentro con Dios no siempre es placentero, en la Biblia es común encontrar que el encuentro de Dios y algún personaje aparecen exigencias, tareas no fáciles de llevar a cabo, donde se presentan las resistencias y luchas para aceptar la tarea que Dios pide[1]. Escuchar la voz de Dios exige el estar preparados para aceptar quizá lo que no queremos “cuando eras joven (...) ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo (...) otro te llevará adonde tu no quieras” (Jn 21,18).
El ánimo ha de ser constante, es decir, tener valentía y la liberalidad el deseo de la entrega sin condiciones, por eso es poder sentir que existe en nosotros la presencia de Dios, que él concede la fuerza para llevar a cabo la empresa y que viene de él, no de nosotros y que en la debilidad se manifiesta el poder de Dios (2 Cor 12,9-10)
Al comenzar los Ejercicios y ya en el umbral de los mismos, “mucho aprovecha “, al decir de Ignacio, entrar en esta experiencia con mucho ánimo y generosidad ante los llamados de Dios, ofreciéndole “todo mi querer y libertad” para que sea su voluntad la que me guíe. Esta actitud nos abre de corazón a un trato mano a mano con el Señor. Ensancha nuestro deseo de encuentro con El y nuestro espacio interior para acogerle.
Es el mismo Señor quien ha salido a nuestro encuentro y llama a la puerta. Lo nuestro es disponemos con “gran ánimo y generosidad” a abrir la puerta, sabiendo que lo que nos espera tras ella va a desbordarnos siempre con su misterio.
Con Ignacio hay que aprender a sentir que hacemos todas las cosas como si dependiera de nosotros, pero dejando el resultado final venido de Dios... porque todo está al alcance de nosotros, sabiendo que lo que venga son las añadiduras, producto de la entrega incondicional y del deseo de colocar todas las fuerzas al servicio del Reinado de Dios.
En medio de los afanes egocéntricos de esta época es bueno mirar cómo está la búsqueda de Dios, por eso haga una lista de todos los deseos y problemas, para mirar como cuadra Dios y su búsqueda, ahí está un punto de mira hacia el futuro en el encuentro de ánimo y liberalidad con Dios.
La humildad y sencillez. (Lc 7,6; Jn 4,6) Se muestra en la búsqueda sincera y generosa de Dios, porque nadie puede crecer en el amor de Dios si está lleno de amor propio. La humildad se concretiza en el esfuerzo, permanente y diario, de disponer del tiempo preciso para la oración. Tenemos tantas cosas qué hacer, que a veces tenemos que hacer grandes esfuerzos para rezar de verdad, para no comprometer los compromisos ya adquiridos. Esto es trágico y ridículo a la vez. En medio del hacer y hacer hay que colocarse en contacto con Dios, porque los “locos” van de veras, pues nadie entiende el estar allí, sentado en la espera de escuchar lo que le susurra el Señor, a pesar de todas las preocupaciones creadas por tanto que hacer (activismo).
La realidad de la humildad no se improvisa, porque las pretensiones de absolutez atentan contra la realidad de sentirnos criaturas, clave en este sendero de la humildad, porque es vivir con conciencia de fragilidad, de sentirse incompleto, con carencias; así como en apertura al mundo cambiante que nos rodea, de la necesidad del otro; es un olfatear en la fe los aires fragantes de una presencia.
Saber que soy instrumento y criatura limitada, quien se sabe capaz de amar y de ser amado. Quien ora, transfigura su apariencia de modo que hasta físicamente su aspecto se vuelve brillante y atrayente, pues el amor comunica vida, alegría, optimismo (Rom 12,9-13). Cuando alguien ora, irradia felicidad, confianza por todos sus poros y muestra un amor sincero por los demás, por su sinceridad, respeto a la forma de ser de los demás. Se va dejando ganar el corazón y moldear de nuevo (Jer 18,1-6) En pocas palabras, el orante posee tres cualidades que no pueden fingirse: sencillez (humildad), actitud permanente de servicio y alegría, concretadas en palabras y comportamientos. Hay que añadir en el ser testigo, la manera nueva de asumir la vida y de vivir la entrega, porque la iniciativa está en manos de Dios. (1 Cor 4,10-13).
El riesgo. La oración es difícil para quien se encadenó a su pasado, quien echó anclas en el puerto del día de ayer, del no-olvido. Es innegable que lo que hoy soy tiene su origen en el pasado. Sólo cuando disminuye la preocupación del pasado histórico para confiar más en la misericordia de Dios, empiezan a darse cambios en la vida espiritual. Quien tiene vida de oración mira adelante y hacia arriba. Descubre siempre nuevas posibilidades y está dispuesto a poner manos a la obra en la entrega generosa. Es saber que hay horizontes nuevos por explorar, caminos por crear, un ejemplo de ello es Abraham que cree en la promesa de Dios (Gen 12,1-4), es conseguir el pan a riesgo de la propia vida (Lm 5,9) para compartirlo todo como herederos (Sab 19,9).
[1] Común las resistencias y preocupaciones de muchos llamados por Dios, por ejemplo: Moisés , Jeremías....
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Rosaba Ceron (sábado, 31 julio 2021 16:32)
buenas tardes agradezco de corazon me tengan presente para las recibir las reflexiones del padre Julio deseo grandemente aprender de sus enseñanzas y sobretodo vivirlas. Dios les pague.
Claudia florez (domingo, 08 agosto 2021 17:47)
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