Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios
Cuantas cosas no hemos aprendido en el camino de la vida y de cuantas más podemos dar razón. Las cosas parecen que vienen y van, pero eso muestra el dinamismo propio de la existencia y el recorrido hondo del arrastre del río de la vida. Una vez más a vueltas con Ignacio de Loyola podemos mirar lo que ha sido nuestro camino propio de vida interior y las conversiones o respuestas que hay que seguir dando.
Así como una bombarda de piedra le asestó un golpe fuerte que lo dejó derrumbado… Celebrar un fracaso, un dolor, está mostrando otra realidad más fecunda, que a primera vista parece mejor esconder o remediar de otra forma… Lo cierto es que el sufrimiento se convierte en la gran oportunidad para convertirse a través de un proceso fuerte tanto en Loyola como luego en Manresa. En el momento actual, lo que vivimos ojalá permita estar colocando las bases de una nueva forma de vivir, porque el mundo está herido y la herida supura.
Ignacio con valentía y coraje de caballero medieval, en inferioridad de condiciones convence a los compañeros de la fortaleza de la importancia de defenderse y resistir, pero a las pocas horas de iniciada la refriega cae herido, es vulnerable, está traspasado por el dolor, la amargura de la derrota y que sus planes quedan en nada. Ignacio al igual que Pablo son puestos en el suelo, toman conciencia de sus oropeles y descubren el ser vulnerables, la fragilidad, el estar expuestos y necesitados de otros. Un lento camino de sanación de una y otras tantas heridas, para poder comprender, asimilar y vivir otras llamadas e invitaciones superiores a sus limitaciones, deseos, y capacidades que para por el conocimiento interno de Pablo el fuerte e Ignacio el Valiente, que les ayuda bastante para captar que Dios en Jesús se hizo vulnerable, abajándose, haciéndose débil, aceptando la fragilidad de la humanidad y portador de heridas del amor en sus llagas…
La mirada desde el momento actual a lo que es la vida de Ignacio se ve la contradicción: por un lado todo esa vitalidad expresada en la fuerza, frente a la debilidad al ser derrotado en la refriega de Pamplona, postrado en cama, impedido para valerse por sí mismo; el ejercicio de armas para ostentar poder, ahora frente a la miseria de la amarga derrota, del ego herido, el honor mancillado; así mismo, el deseo de figuración, engrandecerse con honores y el afán de aparecer, para estar postrado en tierra, débil por el dolor y estar en recuperación, lo que lo hace pasar desapercibido.
Con Ignacio al igual que Pablo la conversión es a la debilidad. En un mundo de apariencia, de imagen, consumo más fácil exponerse al golpe certero y fuerte que derrumba, no hay que esperar a situaciones límites, sino que en condiciones como las que estamos, ser más conscientes que somos vulnerables, estar abiertos al amor como condición real para ser mejores humanos; aprender a vivir de cerca la realidad de los pequeños (pobres, enfermos, ancianos, campesinos, desplazados…) a renunciar a seguridades y a fiarse de la vida.
La misma palabra cuando nos presenta al Mesías Siervo dice que en sus heridas hemos sido curados (Is 53,5) que lleva a Pablo a expresar cuando soy débil entonces soy fuerte (2 Cor 12,10). En nosotros no pasa igual, se prefiere cierta distancia, ocultamiento y mantenimiento de la imagen por todos los medios para no exponer, mostrar o reflejar debilidad… Por eso Señor, tú que habitas en mí, mira mis llagas, la carne viva, la convulsión de mi existencia… Tu que te hiciste vulnerable, concédenos ver la entrañable misericordia de Dios, por la que nos ha visitado el sol que viene de lo alto. Cuánto nos cuesta y qué difícil admitir que tus llagas nos dejen ver tus entrañas. En las llagas entendemos a Dios que es bueno, clemente, misericordioso, para que viéndolo colgado, toda una llaga, dejar correr el afecto, expresando lo que brota del corazón (EE53)
Cuantas veces Ignacio, de diferentes formas y tonalidades, pudo decir “dentro de tus llagas escóndeme”, hasta que pudo salir de sí mismo e ir al Otro; y en esta peregrinación desde sus heridas, experimentar en carne viva quién en verdad, comprende y atiende fragilidades y debilidades, cura y alivia, sana y acompaña. Este salir de sí, es exponerse al otro, porque de lo contrario es mantenerse encerrarse en sí mismo, cautivo de su yo (no sabes quién soy yo). Gracias a esta(s) herida(s) expuesta(s), puede entenderse lo que Ignacio define como “exercicios espirituales para vencer a si mismo y ordenar su vida, sin determinarse por affeccion alguna que desordenada sea” (EE 21)… aquí hay una gran supuración del Ego para no esconderse de Dios (al estilo de Caín -Gen4,9-16-), ni esconderle a Dios (Ananías y Zafira que reservan algo por si no todo sale como ellos creían – Hch 5,1-4-).
En Ignacio no hay herida, sino heridas… a lo largo de la vida unas que cortan en seco sus proyectos y otras le llevan a novedades insospechadas… porque la tendencia al narcicismo obsesivo no desprestigian a Iñigo, sino que muestran como gestiona eso que él es y nosotros ¿cómo digerimos, asumimos, transformamos las heridas que llevamos dentro?…
En Ignacio, no se queda en sí mismo alrededor de su ombligo (pupo) sino que perfora la realidad, toda realidad, para encontrar a Dios en ella y dejarse conducir por El. ¿Qué pasa en el mundo actual y en mí cuando contradicen mis deseos o proyectos? Comúnmente retorcemos la realidad hasta que forzada coincida con lo que previamente habíamos diseñado (Hábiles personas de segundo binario) como lo que diseña en Loyola hasta Manresa… sale como caballero mundano, que quiere ser caballero cristiano, y con la espada empuñada, sigue siendo peligroso para sí mismo y los demás, por dentro es él quien manda, decide, proyecta… todavía no aparece Dios, ni tiene nada que decir.
La estadía de Manresa, permite aprender bastante sobre sí mismo, así como quien es Dios. Diferentes crisis manresanas lo cambian: allí aprende a dejarse conducir (la súplica de un perrillo -Autob 23- o sentirse niño educado por un maestro que le enseña -Autob 27-) con preguntas sobre ¿qué debo hacer? Y de exponerse a Dios ¿Qué quieres ahora de mí, Señor? Entra en un proceso de aprendizaje en la escuela de la escucha, la dinámica del amor y el ejercicio de la obediencia que secunda Ignacio ante la iniciativa y ayuda divina.
Finalmente, la presencia de Dios es la acción de la gracia, que para nada es instantánea o milagrosa -que quisieran mucho en estos tiempos- sino que es un proceso que se desarrolla en una historia larga, a través de un diálogo lento en el que la experiencia de inmediatez y resultados humanos, no permite darse cuenta de las tomas de conciencia de los procesos y progresos de la misma, pero se necesita el trabajo de la paciencia y el silencio, en medio de lo que va aconteciendo con retrocesos o pérdidas y la fuerza liberadora sigue actuando… para dejarse conducir por el trabajo de la acción divina. Los resultados son lo que Ignacio refleja luego en los Ejercicios Espirituales, el Diario Espiritual y la conformación de la Compañía.
Que las heridas de Ignacio nos permitan mirar dentro, para nacer de nuevo y salir del propio amor, querer e interés (EE189). Tarea ardua y de paciencia de la gracia para dar fruto.
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