Luis Raúl Cruz, SJ
Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios
Estamos ante el acontecimiento de la salvación, en el cual renovamos nuestra fe en el misterio divino. Es un misterio que pasa por el conflicto, el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero es en esta situación de postración y humillación en la cual Dios nos libera del pecado. Ahí no culmina todo, porque sabemos que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos y está vivo. Si somos creyentes no existe problema alguno, porque lo confesamos de corazón, pero… hay un ambiente distinto en el cual vivimos nuestra fe, un ambiente que va disminuyendo el rumor y sabor cristiano, en el cual tenemos que vivir y ayudar a transformar. Porque tenemos que estar en el mundo sin ser del mundo (Jn 17,14-18).
Lo primero que tenemos que hacer es preguntarnos a ver si nos identificamos con Jesucristo, él ha de ser la medida de nuestra vida y entrega en la realidad que tenemos que vivir. Dios no está al margen de la historia, ni tampoco escondido de lo que pasa. El problema está en la poca identificación con Jesucristo y apertura a su Palabra, parece que al no ser popular ser cristiano y con la carga de desprestigio que tiene ¿no será porque nos ven desfasados y desmotivados ante la realidad? ¿sentimos que nuestra experiencia de fe, al compartirla con los demás les ayuda en la vida? ¿Cuándo nos preguntan por Dios, nos llenamos de miedo y no sabemos que contestar o nuestra cara se llena de alegría porque hablamos de lo que vivimos y da sentido a nuestra vida?
Quizá lo que aparece ante la realidad del misterio que conmemoramos en Semana Santa, sean preguntas nuestras o de la sociedad, pero el espacio para las respuestas habrá que escucharlas en la contemplación del amigo de la humanidad, en el silencio orante con el Hijo del hombre y en el sufrimiento del Hijo de Dios… una buena compañía para seguir adelante en medio de las luces y sombras que hay en nuestra vida.
Otras preguntas, para seguir abriendo ventanas, ante el susurro del Espíritu de Dios que está en medio de nosotros ¿Nos sentimos llamados a dar un testimonio alegre y optimista de lo que creemos? ¿sentimos el reto y el aliciente de confesar con nuestra manera de vivir lo que creemos? ¿estamos como seguidores de Jesús, dispuestos a correr riesgos por ser sus testigos?
No podemos ignorar que existe un creciente desconocimiento y olvido de Dios, así como el malestar expresada en la increencia de un dios que deja a la humanidad sufriendo y no parece interesarle nada. Así mismo, muchos cristianos sienten tambalear su fe porque Dios parece que no escucha o no se da cuenta de lo que sucede. Son situaciones que interrogan y siguen abiertas. Una pista de búsqueda, es que la pregunta por Dios es una pregunta a nosotros los cristianos por nuestra manera de vivir y proceder en la vida, es un interrogante a nuestra fe y comunicación de lo que decimos creer. Se convierte el que pregunten por Dios en un examen a nuestro estilo de vida y el testimonio de vida que damos. No es un juego, ni una apuesta a ver que pasa, sino que es un riesgo continuo el ser cristiano.
Semana santa es mirar de frente la acción salvadora de Dios en el drama de la historia, porque a Dios le duele lo que le sucede a la humanidad, por eso asume el riesgo de estar con la humanidad y de ir a su ritmo en el silencio del sufrimiento, en la solidaridad del sinsentido, en la ausencia del consuelo, en la aflicción del dolor, para hundirse hasta el fondo, todo ello impensable para nosotros, pero desde las honduras y las profundidades de la muerte, rompe las cadenas opresoras de la humanidad y desde allí se levanta victorioso, llevando consigo a la victoria a todos los seres humanos.
1. Domingo de Ramos
Hoy comienzan de nuevo los días de la Pasión con los mismos papeles y actores que en el año 33: los espectadores indiferentes, los que se lavan las manos siempre, los cobardes que afirman no conocer a Cristo, los verdugos con sus látigos y reglamentos, y la misma víctima dolorida, infinitamente paciente y llena de amor, que dirige a todos su mirada de interrogación, de ternura, de espera. Y se siguen distribuyendo los papeles para que empiece el drama. ¿(Quién interpreta a Simón de Cirene? ¿Quién quiere ser Judas? ¿Quién va a hacer de Verónica? ¿quién se siente el discípulo amado?...
La pasión no basta con leerla en el texto evangélico; hay que meditarla, asimilarla, encarnarla en la propia vida pudiendo ser el actor que queramos. El relato de la pasión nos hará ver al vivo los signos del sufrimiento de Cristo, que es traicionado, escarnecido, cubierto de esputos, flagelado y crucificado. Su ejemplo de docilidad a Dios y de cumplimiento de la voluntad divina es la más esclarecedora expresión y el gesto más profundo y auténtico de amor, que llega hasta derramar la última gota de sangre para salvar a todos.
Pidamos “Conocimiento interno del Señor, que por mí se hizo hombre para que más lo amemos y lo sigamos”
Lectura pausada de la Pasión del Señor, donde sienta gusto, me detengo el tiempo que sea hasta que satisfaga, sin ansia de seguir adelante. En el camino de la vida del Señor, no es quien más sepa de biblia, sino quien más se deje involucrar, penetrar por el misterio, quien puede conocer, amar y seguir al Señor.
Cristo, siendo inocente
se entregó a la muerte por los pecadores
y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales.
De esta forma, al morir,
destruyó nuestra culpa
y, al resucitar, fuimos justificados.
Prefacio Domingo de Ramos
2. Pedro y Judas. Dos personajes que luchan quizá dentro de nosotros mismos…
Pido: Señor, que no sea sordo a tus llamados, sino presto y diligente para seguir tu voluntad.
Textos bíblicos que iluminan este momento:
Jn 13, 5-11; 21; 26b-28; 30; Mc 14,43-45; Mt 27,3-5. Judas
Jn 18,5.10-11. Judas y Pedro.
Jn 18,15-17; Mt 26,73-74; Lc 22,61-62; Pedro
1. La traición desesperanzada de Judas
A las alturas de la Última Cena, Judas ya se había desencantado de Jesús: el reconocimiento social iba decreciendo, su “posición” entre los discípulos no destacaba, y sus promesas de Reino no llegaban nunca. ¿Y si estaba él perdiendo el tiempo con Jesús? ¿Y si todo era un sueño? ¿Iba a malgastar su vida por alguien (Jesús) que ya la estaba empezando a perder? Todas estas dudas se fueron apoderando de su corazón… hasta el punto que Juan sentencia rotundamente que “era de noche”. Hoy en día sabemos muy bien a qué sabe esta oscuridad. Los pensadores lo llaman “nihilismo” y es como un cáncer que se nos ha introducido hasta los huesos… Es una mezcla de dudar del pasado, aborrecer el presente y no ver ningún futuro.
Podemos pensar: “Quizá yo nunca haya sido realmente creyente, que hayan sido todo ideas y sueños que me inculcaron interesadamente. Ahora de hecho no veo a Dios por ningún lado, y es muy poco práctico ser de esos ingenuos que creen en los demás. Y para mi futuro, sólo puedo aspirar a acumular cosas, un montón de cosas que me hagan olvidar que en realidad éstas no tapan mi vacío.” En el fondo, nuestro vacío desesperanzado está traicionando a Jesús. Niega todo lo bueno que Él ha depositado en nosotros, todo lo que nos ha querido antes incluso de nacer. Niega su acción en el presente y me muestra que sólo el dinero o el éxito dan sentido a mi vida. Y niega toda posibilidad de rencuentro futuro, porque no hay nada más que el materialismo más aplastante y la muerte definitiva de la fraternidad.
Jesús bien nos podría decir: “Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, el que compartía mi pan, me ha traicionado” (Sal 41, 10) Jesús sí recuerda – con dolor- todo lo que ha “invertido” en nosotros, todo el amor y cuidado con el que nos ha ido criando desde pequeños, a través de múltiples personas. Quizá por eso, Judas aún intente salir de su pozo por un instante: se arrepiente, reconoce en Jesús un hombre justo (quizá no para él, pero al menos respetable) e intenta enmendar la traición devolviendo el dinero.
Todo lo puro y grande que había recibido de Jesús seguía grabado en su vida, no podía olvidarlo. Pero su verdadera tragedia es que ya no logra creer en el perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación. De este modo nos hace ver el modo equivocado de arrepentimiento: aquel que no es capaz de esperar en Dios, sino que sólo ve la propia oscuridad, en un círculo autodestructivo. Como no creo en el amor –ni por tanto en el perdón de Dios hacia mi- no creo que nadie pueda sacarme de donde estoy.
2. La negación confiada de Pedro
Ahí está el “torpe” de Pedro ofreciéndonos una alternativa. Este hombre rudo y tenaz, pescador impetuoso, nos hace ver que quien es importante en la reconciliación es el Dios que la ofrece, no el pecador que no la merece. Pedro también negó a Jesús, incluso más veces, de forma más evidente. Pero siempre había en él una pequeña-gran cosa que lo cambia todo: la confianza incondicional en Jesús:
- Durante el lavatorio, fue el primero en negarse a que Jesús le lavara; pero luego quería ser bañado entero en ese gesto que no comprendía, “sólo para tener parte contigo, Señor”.
- Durante el prendimiento, tuvo que envainar la espada en la que él confiaba, “sólo porque tú lo dices, Señor”.
- Mientras cantaba el gallo, tuvo que superar toda su vergüenza, “sólo porque tú me miraste, Señor”.
- Y así será el resto de su vida. En sus últimos años irá a Roma, justo donde él no quería; pero él irá y permanecerá hasta el martirio, “sólo porque tú me guías, Señor”.
La certeza de la esperanza forma parte del verdadero arrepentimiento, una certeza que nace de la confianza en el Dios que es mucho más grande que mi propio pecado y limitación. Es dar el salto de salir de uno mismo, con las fuerzas justas para caer confiadamente en los brazos del Otro que me sostendrá con más fuerza y dará más criterio a mi vida… “Mira, hoy pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt 30, 15) ¿Por cuál optas tú?
3. Jueves Santo: Eucaristía es una mesa
En el Evangelio de Lucas 22,14-18 (Mt 26,29; Mc 14,25) Jesús expresa el deseo de estar a la mesa con sus amigos y añade que no beberá, ni comerá en esa comida. ¿cómo así? Acaso hay alguna contradicción ¿se puede desear aquello que se dice que no se va a hacer?. Jesús en los encuentros con los demás fueron el espacio en el cual, poco a poco, toma conciencia de que su hambre humana podía transformarse en hambre de algo que no fuese pan. La comida que alimentaba su existencia era menos indispensable para vivir que el alimento de una relación vivida a fondo con el Padre (Jn 13,3; Jn 17,4). Cuando se sienta a la mesa con sus discípulos esta realidad le ha invadido por completo. El alimento es para él hacer la voluntad de su Padre: “no comeré, ni beberé hasta la mesa del Reino”.
Jesús ha deseado comer esta pascua, su deseo se dirige a esa mesa, sólo en cuanto es el lugar y culmen de las relaciones que vive conscientemente y a fondo. El hijo del hombre que vive de pan, se ha unido plenamente al ritmo del hijo de Dios que vive del Padre en el Espíritu. La pascua que desea celebrar antes de padecer es la pascua deseada no por lo que se va a comer, sino por la Vida que de ella surge y vivifica.
Jesús no come ni bebe en esta última cena por falta de apetito, ni porque el drama que se le venía encima le quitara el hambre. Su deseo despierto, ha sobrepasado toda hambre de comer y beber. Como hombre ha conseguido saciarse con esas relaciones vividas en el misterio de Dios (Jn 14,19-20). El estado de ánimo en el que se da esta eucaristía es un proceso normal.
“tomen y coman, esto es mi cuerpo” y el “tomen y beban, esta es mi sangre” tienden a establecer entre Jesús y sus discípulos una relación semejante a la que el vive con su Padre. Comer su carne y beber su sangre es vivir de él como él vive de su Padre (Jn 6,57), es permanecer en él como él permanece en el Padre (Jn 5,24.26); es tener vida dentro como él tiene la vida en sí mismo por el Padre (Jn 6,54; 15, 4-5).
Al instituir la Eucaristía, Jesús crea un modo de vivir la relación con los hombres sus hermanos, semejante al modo que vive las relaciones que constituyen su vida más profunda en el misterio trinitario. Invita a un banquete en el que compromete la totalidad de sí mismo como alimento para todos (Jn 16,12-15).
El novio a su novia o viceversa pide una prueba de amor y en lugar de llevarle flores, decide regalarle semillas es más comprometido y provocador por lo que coloca de reto y compromiso… nuestro lenguaje ha de colocar en evidencia una realidad que desborde límites, que vaya más allá de lo acostumbrado, que despierte un “no sé qué” que genere un ambiente que envuelva a todos.
El no sé qué no se puede definir por cantidades, vale el detalle. Tampoco puede definirse cualitativamente: se puede dar en torno a un vaso de agua y no en torno a copas burbujeantes de la mejor champaña. El no se que es de un orden distinto, porque el alimento o la bebida que se comparten tienen sabor humano.
Comida y bebida con sabor humano implica a hombres y mujeres a los que se quiere. Muchos padres y madres de familia en este mundo, se alimentan con sus fatigas, cuando saben que con ella podrán alimentar también a sus seres queridos. Es ese no se que que cada uno puede experimentar en la mesa en que come. No hay palabras que lo expresen, pero cuando sentimos su presencia, hablamos de “lo sagrado”.
La eucaristía responde a la reciprocidad que se agita en el corazón humano. En la última cena, Jesús pudo no probar bocado, pero sigue siendo comensal con los suyos; en esta comida su alimento era la fe con que los suyos tomaban el pan que les repartía y el vino que les invitaba a beber. Una comida es verdadera comida en la medida en que en ella se hace justicia al deseo de reciprocidad. Desde la última cena invita a toda la humanidad a preguntarse por el espacio que dejan, al deseo de reciprocidad en sus luchas por la mesa de la vida.
En cada Eucaristía decimos Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan y este vino, fruto del esfuerzo y del trabajo humano. Lo que se comulga no es la sagrada forma intocable, sino algo que hay que comer. Es prolongar el trabajo en el que el ser humano es triturado –igual que el trigo y las uvas- o molido y roto por la fatiga, cuando no por la injusticia, la explotación.
Como comida, la eucaristía es culmen, meta de un punto focal. Todo esfuerzo humano para ganar el pan se ilumina; así como todas las luchas que la humanidad sigue llevando adelante para que exista pan para todos, o para disminuir cansancio: por los inventos o las luchas sindicales y profesionales de respeto a la dignidad. En la mesa de la eucaristía, el pan y el vino nos muestran esas cosas. Ver este pan y este vino es apoderarse de nuevo de toda la fatiga humana con todos sus combates y dificultades. Quienes vienen a esta mesa saben que no lo hacen para satisfacer el hambre o la sed de sus estómagos. El alimento real es el gesto de partir el pan y no el pan que se come; la alegría del vino, no es por el hecho de beberlo, sino de compartirlo.
Pan y vino indispensables en la comida eucarística; son la materia a consumir. Pero la vida no la esperamos recibir de este alimento material. La vida, la esperamos de esas relaciones que la materia significa. Pan y vino de la eucaristía no dan la vida por ser pan ni por ser vino. Dan vida porque somos introducidos en la participación que Jesucristo hace de sí mismo a los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares. El hace que el pan y vino compartidos signifiquen el intercambio que quiere realiza entre él y la humanidad: esto es mi cuerpo; ésta es mi sangre. La eucaristía arranca al ser humano de la trivialidad, donde comer o beber sólo sirven para satisfacer necesidades naturales. La eucaristía hace que se vean otros horizontes y vislumbre relaciones que hicieron de Jesús el hombre verdaderamente más vivo de todos los tiempos. El que vive para siempre, más allá de la muerte.
4. Viernes santo: Contemplar al Crucificado
Pedir, dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí.
1. Viernes de desconcierto
Entonces lo arrestaron, lo condujeron y lo metieron en casa del sumo sacerdote. Pedro le seguía a distancia. Habían encendido fuego en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada lo vio sentado junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: “También éste estaba con él”. Pedro lo negó diciendo: “No lo conozco, mujer”. Al poco, otro lo vio y dijo: “También tú eres uno de ellos”. Pedro respondió: “No lo soy, hombre”. Como una hora más tarde otro insistía: “Realmente éste estaba con él, pues, también es galileo”. Pedro contestó: “No sé lo que dices, hombre”. Al punto, cuando aún estaba hablando, cantó el gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro; éste recordó lo que le había dicho el Señor: Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Salió afuera y lloró amargamente. (Lucas 22, 54-62)
El relato de la Pasión nos muestra la humanidad de los primeros discípulos. Incluso Pedro, con toda aparente fortaleza, se asusta, lo niega y se esconde.
Jesús es apresado y los apóstoles se dispersan desorientados, ¿habrían vivido un espejismo? ¿Dónde quedaba el Reino con el que tanto habían soñado?. Estaban profundamente solos, sin rumbo, frágiles, absolutamente desconcertados. La luz que los iluminaba parecía apagarse. El Dios accesible que Jesús les había mostrado, ahora en Su libertad parecía callarse.
Podemos traer a nuestra oración esos momentos de oscuridad, de crisis, de dificultad para ver a Dios en los que nos rodean y por los que debemos trabajar.
Quizá se trata de oportunidades para purificar esa Fe infantil, para liberarnos de las seguridades obtenidas al sobreponer nuestros intereses a los Suyos
2. Viernes de pasión
Hoy podemos hacer presente en nuestra oración esos relatos de pasión que existen en la tierra. Esas escenas de dolor, sufrimiento, injusticia, pobreza, de enfermedad, de hambre y de abuso, de persecución y odio.
Podemos contemplar y mirar a la luz de la oración esos escenarios de muerte que vemos en el mundo, pero también esas otras angustias de aquellos que nos rodean, de aquellos con los que tenemos una mayor intimidad, y de aquellos otros a los que conocemos menos, pero sabemos que están sufriendo.
Con los brazos abiertos de par en par, totalmente puro y libre; despojado de todo lo que no es auténtico. Tocando con las yemas de los dedos el Infinito de Dios y la limitación del hombre, estás Jesús, en Cruz, desangrado y rasgado, sin aparente forma humana. Y detrás de tanto dolor, un Amor infinito. Te has dejado clavar...no cerraste tus ojos ante la injusticia, no callaste tu voz ante el grito de dolor de cada hombre... Ahora voy comprendiendo...Has querido sumergirte en la miseria humana para, así liberarla. Te has abierto en llagas para que los hombres entren en la hondura de tus manos...Está llagado el Amor
3. Viernes de entrega
En ocasiones desde la oración miro al crucificado y su entrega, y me apoyo en Él. Parece decirme “no pienses sólo en tus fuerzas, cuenta conmigo, nada de lo tuyo me es ajeno”.
Descanso en Él el dolor que me acompaña, y siento como el amor que nace de su entrega libera, salva y cura. Te invito a que vivas esta experiencia....
Ahora voy comprendiendo... Mi Dios, creo que ahora voy comprendiendo. Sobre tu espalda flagelada, Jesús mío, están cargadas todas las ofensas de este mundo. Tú mismo lo dijiste, yo lo sé: viniste a anunciar la liberación a los cautivos y a devolver la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el tiempo de Gracia... y por eso te mataron, ... por decir Bienaventurados...
Te mataron, Jesús, por decir bienaventurados los pobres, los que nadie ama.
Te mataron, Señor, por tener el alma enamorada de cada hombre en su miseria.
Te mataron, Señor, porque dijiste un sí al hombre con tu vida.
Te mataron, Señor, por tu consuelo, por tu caricia a cada persona en su dignidad.
Te mataron, Señor, porque a tu mesa se sentaron los últimos.
Te mataron, Señor, por tanto amar.
Para el coloquio, San Ignacio propone, en sus Ejercicios Espirituales, la siguiente contemplación. Lo más importante es meterse en la escena, totalmente, "como si presente me hallara":
"Imaginando a Cristo Nuestro Señor
delante y puesto en cruz, hacer un coloquio:
cómo de Creador ha venido a hacerse hombre
y de vida eterna, a muerte corporal,
y así murió por mis pecados.
Otro tanto mirándome a mí mismo preguntarme
qué he hecho por Cristo,
qué hago por Cristo,
qué debo hacer por Cristo,
y viéndole así, colgado en la cruz,
pensar en lo que se sugiera."
(EE 53)
5. El silencio de la Espera
Composición de lugar
Tras la muerte del Señor, el Sábado Santo es un tiempo de silencio. Después de haber visto “cómo la divinidad se esconde”, o al menos cómo parece haber sido derrotada, sólo nos queda el cuerpo inerte del Crucificado, el recuerdo de su palabra, y la presencia de su Madre. Sábado Santo son todas las horas de vacío y desconcierto, Sábado Santo son todos los silencios de un Dios que parece estar ausente muchas veces. Es Sábado Santo cada día, si nuestra vida se ha ido vaciando, poco a poco, de sentido.
No es un día éste de muchas palabras. Es mejor acallar las nuestras y dejarnos empapar por las sutiles enseñanzas que nos ofrecen las ACTITUDES de la Virgen junto a su Hijo muerto.
1. Firmes en la fe
Había también unas mujeres mirando desde lejos. Entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba Jesús en Galilea, lo acompañaban y lo servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. (Mc 15, 40-41) Al caer la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro nuevo, que había mandado cavar en una roca. Estaban allí María magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro. (Mt 27, 57; 59; 61)
En medio del tremendo dolor que supone la muerte del Maestro, del amigo, del Hijo … en medio del temor que nos invade en los momentos más duros de la vida, volvamos la mirada hacia María, que permaneció firme junto a la cruz, ante su Hijo muerto, con el ánimo inquebrantable de quien espera en el Señor. Frente al sinsentido de la derrota, qué fácil hubiera sido marcharse, abandonar, pero no, María se mantuvo firme a los pies de la cruz, junto a otras mujeres que conocían también el sufrimiento,
Hoy es momento de ponernos junto a María para que fortalezca nuestra fe, una fe debilitada muchas veces por las dificultades de la vida, por nuestro sufrimiento cotidiano. Ante la derrota o el fracaso, parece que la promesa que nos hizo el Señor se desvanece, parece como si ya no tuviera sentido nuestra vida, parece que la misión que nos encomendó el Señor es vana…
Pero, María nos muestra que la lógica de Dios no es la del mundo, que lo roto, lo fracasado, lo despreciado por el mundo es el signo de nuestra esperanza…más allá de lo que somos capaces de comprender, más allá –incluso- de lo que acertamos a sentir… Dios es el Señor de nuestras vidas, la Roca de nuestra Salvación… porque ha sido Él quien nos escogió, quien nos dio una razón por la qué vivir, un motivo por el qué luchar…
María nos enseña que en medio de nuestra incertidumbre y de nuestras soledades, la misericordia de Dios es la única certeza y la mejor compañía.
2. El silencio de María
¿Es éste aquel que tú tan bien cuidaste?
¿Sabes lo que hemos hecho con su vida?
Si lo sabes ¿no estás estremecida
de ver morir a aquel que tú engendraste?
Madre y mil veces Madre dolorida,
déjame amar al que tú tanto amaste.
(Sergio Fernández)
Ante un sufrimiento como el suyo, de ver morir a su hijo inocente en manos de los pecadores, quizá no pudiera siquiera emitir ni un gemido de dolor. Parece que le hayan robado el habla al romperle al corazón. Igual que le acaban las lágrimas cuando ha llorado demasiado, también a María parece habérsele terminado toda palabra, todo sonido, toda queja.
La experiencia de Dios que tiene María es difícilmente explicable; es la de un Dios que le supera siempre, se anticipa siempre, le sobrepasa siempre. María ha ido aprendiendo a ser una persona de actos, de gestos, de presencia. No es una persona de palabras. Está simplemente donde se necesita que esté, siempre disponible y receptiva a los planes de Dios, aunque no los entienda. Estuvo en todo, estuvo siempre. María nunca falla cuando de acompañar se trata. Ante el sufrimiento incomprensible, ¿busco yo también un sentido o me revelo y lo rechazo desde el principio? Ante el sufrimiento de los demás, ¿estoy yo siempre disponible, me hago presente?
3. La mirada de María a Jesús
Dejad que el grano se muera
y alumbre en tiempo oportuno,
dará cien granos por uno
la espiga de primavera.
Mirad que es dulce la espera
cuando los signos son ciertos.
Tened los ojos abiertos
y el corazón desvelado.
(José Luis Blanco)
Nosotros, queremos tener todo bien atado antes de comenzar cualquier proyecto. Antes de tomar una decisión queremos saber todas sus implicaciones y consecuencias. En resumen, anteponemos nuestra razón a la misión de Dios. Pero Dios siempre nos pide justo lo contrario, que creamos primero y luego entendamos. Nos ofrece una misión sin tener a priori ninguna seguridad. Así hace crecer nuestra confianza en Él. Y así fue también para María.
Tal día como hoy, enterrado ya su hijo, María recordaría una y mil veces escenas de su vida juntos. Y recordaría especialmente su Anunciación, cómo Dios le pidió ser madre del Salvador, incluso antes de convivir con su esposo. No sabía qué supondría, ni cuánto duraría esta misión, ni desde luego se podría imaginar cómo acabaría. Aunque sea más duro que nunca, María sabe que el hecho de no entender nada en estos momentos no impedirá la acción de Dios. Algo, en lo más hondo de su corazón le dice que esta historia todavía no ha concluido, que este no puede ser el final. La mirada de María va más allá de las evidencias, y sueña un futuro diferente.
También podemos depositar en María nuestros anhelos, esperanzas y dudas. Podemos confiar en que ella nos acompañará hasta su resolución ¿Qué puedo yo depositar en María? ¿Qué le puedo confiar de mi vida para que ella se lo muestre a Jesús?
Termino con un Coloquio a Nuestra Señora, para que me alcance gracia de su Hijo y que me ponga junto a él, para que más lo ame y lo siga.
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Luis Alejandro (sábado, 03 abril 2021 08:33)
Muchas gracias, padre, por estas ayudas para la reflexión y meditación sobre los misterios de nuestra salvación. Fueron de mucha utilidad para mi. El Señor lo bendiga abundantemente y haga fecunda su labor sacerdotal.