El teólogo y jesuita italo-catalán Javier Melloni vive retirado, aunque da conferencias y escribe. Cree que las religiones institucionales corren peligro de convertirse en residuales si apuestan por la imposición
Entrevista de Milagros Pérez Oliva
Se considera miembro de una generación que ha crecido entre las ruinas de las antiguas certezas, por eso Javier Melloni se ha dedicado a explorar una nueva espiritualidad entre los fragmentos de las viejas creencias. Su formación como antropólogo y teólogo ha ayudado al italo-catalán a adentrarse en la fenomenología de las religiones, que define como una forma de aproximarse al hecho sagrado no desde la fría observación, sino desde el interior de la propia experiencia religiosa. Entró en la orden de los jesuitas a los 18 años, pero tanto como las enseñanzas cristinas le han influido diversas estancias en la India. Ahora vive en el centro espiritual La Cueva de San Ignacio, en Manresa, y no tiene móvil. Se comunica por correo electrónico porque le permite modular mejor sus tiempos de comunicación y silencio. Ello no le impide llevar una vida intensa de conferencias, clases y publicaciones, entre las que destaca Voces de la mística (2009), El Cristo interior (2010) y su obra más importante: Hacia un tiempo de síntesis (Fragmenta Editorial, 2011).
Pregunta. ¿Cómo emprendió el camino de la espiritualidad?
Respuesta. Todos tenemos una experiencia fundante, que marca un antes y un después, y yo tuve mi momento místico a los 14 años. He tenido otras, pero esa es la que determinó el rumbo de mi vida y es una presencia permanente que me empuja siempre hacia delante.
P. ¿Por qué eligió a los jesuitas?
R. Entré a los 18 años, pero me lo pensé mucho porque a mí me gustaba más san Francisco. Lo que me decantó es que los jesuitas no tienen nostalgia del pasado, sino del futuro: consideran que el ser humano aún ha de realizarse y hay que acompañarlo.
P. Esa fe, ¿se ha tambaleado en algún momento en este mundo en llamas del que habla?
R. Este mundo en llamas a mí me inflama aún más. El reto es mayor, porque hay llamas destructoras y llamas transformadoras. Que sean una cosa u otra depende de la forma en que lo miremos. Al coronavirus podemos verlo como una fuerza destructora, aniquiladora, que paraliza el sistema, o lo contrario, como una prueba iniciática.
P. ¿Por qué iniciática?
R. Llega en el momento adecuado para que hagamos un cambio cualitativo de conciencia y tiene algo inédito: es planetaria. No habíamos tenido nunca una experiencia de este tipo. Ni siquiera la II Guerra Mundial llegó a serlo. Y como toda prueba iniciática, es una travesía que nos lleva al límite. Pero no hemos de ver el virus como un enemigo, sino como un adversario portador de un mensaje severo que hemos de saber interpretar.
P. ¿Cuál cree que es el mensaje?
R. “Parad y reflexionad hacia dónde queréis ir. Todavía estáis a tiempo. Vais en un tren a toda velocidad, estáis a punto de tomar una curva y, si no frenáis, saltaréis por los aires”. El riesgo ecológico es el más visible, pero la advertencia se refiere también a nuestra actividad frenética, a un modo de vida que nos exige producir cada vez más y nos hace adictos al consumo.
P. ¿No teme que cuando el virus se vaya volvamos al viejo paradigma?
R. Por eso el virus no nos deja. Solo se irá cuando hayamos aprendido. Y si se va este, vendrá otro. Vivimos un tiempo difícil, pero extraordinario. Cada vez somos más conscientes de que nuestra propia autoconciencia afecta a la realidad en la que vivimos. Y eso nos permite ser cocreadores de la realidad. Pero para ello necesitamos autoconocimiento. El coronavirus nos confronta con asuntos pendientes que pensábamos que deberían resolver nuestros hijos y ahora vemos que hemos de resolver nosotros. Lo hermoso es que podemos hacerlo de una forma más solidaria a nivel planetario que en otros momentos.
P. ¿Por qué ahora más?
R. Porque estamos más conectados. Y porque por primera vez compartimos una conciencia planetaria. Estamos en la misma tempestad, aunque no vayamos en el mismo barco, pues unos van en transatlántico y otros en cayuco. La crisis de 2008 fue provocada por la insolencia y el egoísmo de cuatro depredadores, lo que difícilmente suscita solidaridad. Ahora, esta indefensión colectiva produce ternura y solidaridad. Toda crisis es un acelerador de procesos. La cuestión es si seremos capaces de vivir trabajando y consumiendo menos y de forma más igualitaria. En condiciones normales, difícilmente elegiríamos renunciar. Pero esta crisis puede suscitar nuevas formas de solidaridad que nos lleven a vivir con mayor austeridad, a saber disfrutar con menos cantidad y más calidad.
P. ¿Defiende el decrecimiento?
R. Sí, pero con una dimensión espiritual, de lo contrario es insostenible. Pensamos que teniendo más seremos más, cuando teniendo más somos menos. Este giro solo puede hacerse desde la espiritualidad.
P. El filósofo Comte-Sponville habla de la necesidad de comunión que todo ser humano tiene, incluso el más ateo. Pero la espiritualidad estuvo monopolizada por unas religiones que durante mucho tiempo practicaron la imposición. Luego vino la negación de Dios y la secularización. ¿En qué punto estamos?
R. En un tiempo posreligioso y postsecular. Las religiones institucionales, si siguen funcionando bajo el registro de la obediencia, acabarán siendo residuales. Pero tampoco el secularismo tiene recorrido si vive bajo un narcisismo sin autocuestionamiento. Entre ambos colapsos surge la idea de que formamos parte de una totalidad. En la postsecularidad se admite que pueda haber una relación con la trascendencia. Se trata de descubrir esa dimensión espiritual, interior, constitutiva de la persona y de la realidad. A eso solo podemos llegar escuchando. Necesitamos el silencio como práctica espiritual. En la sociedad futura, los arquitectos diseñarán las casas con un espacio para la meditación.
P. Cuando preconiza un diálogo entre religiones no se refiere a un diálogo entre las iglesias, ¿verdad?
R. Me refiero al diálogo entre las diferentes experiencias de lo sagrado. El encuentro entre religiones es la oportunidad de complementarnos. Ha llegado el momento de abrazar la totalidad del legado espiritual de la humanidad.
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