Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Isaías 61, 1-2ª. 10-11
- I Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24
- Juan 1, 6-8. 19-28
Nos acercamos a esta fiesta maravillosa en la que conmemoramos el nacimiento del Señor. Sigamos este proceso de preparación interior dejándonos inspirar por los textos litúrgicos. En las lecturas que acabamos de escuchar, podemos identificar dos grandes temas: el testimonio de Juan Bautista y un llamado a la alegría ante la inminente venida del Señor.
Como el domingo anterior dedicamos nuestra meditación a la figura y al mensaje del Bautista, nuestra meditación de hoy estará centrada en el mensaje de alegría que aparece en el texto de Isaías, en el Salmo responsorial y en la I Carta de san Pablo a los Tesalonicenses.
Antes de profundizar en el mensaje teológico de estos textos, preguntémonos ¿qué es la alegría? En pocas palabras, podríamos decir que es un estado de ánimo que se produce como resultado de un acontecimiento positivo, por ejemplo, el encuentro con un ser querido, un logro personal, una noticia… Este estado de ánimo tiene manifestaciones externas e internas. Externamente, la alegría se expresa con una sonrisa, tarareando una canción o bailando. Estas manifestaciones externas dependen de la cultura, pues hay pueblos más expresivos que otros.
Internamente, la alegría nos trae un bienestar emocional; sentimos paz; nos permite leer los acontecimientos en clave de esperanza y empezar a descubrir caminos que antes no habíamos visto.
Es importante nutrir nuestra mente con pensamientos positivos que nos generen energía para el diario vivir. Es importante tener un propósito en la vida e ideales por los cuales queremos luchar. Por el contrario, los pensamientos negativos nos producen tristeza. Nos paralizan. Nos bloquean el juicio para tomar decisiones sabias.
Los profetas del Antiguo Testamento hacen un llamado a la alegría cuando le recuerdan al pueblo de Israel la promesa de un Mesías, que inaugurará una realidad nueva. En el texto del profeta Isaías que acabamos de escuchar, se nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ungió. Él me envió a llevar la buena noticia a los que sufren, a curar los corazones destrozados, a promulgar la liberación de los cautivos, y la libertad para los presos, a proclamar el año de gracia del Señor”. Estas palabras de Isaías encontrarán su plena realización en Jesucristo.
El Salmo responsorial recoge ese bellísimo himno de acción de gracias pronunciado por María, que conocemos como el canto del Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava”. En este tiempo de preparación para la Navidad, unámonos a esta acción de gracias y compartamos la alegría de María, la bendita entre todas las mujeres.
Este mensaje de alegría que nos comunican el profeta Isaías y la Virgen María, es reforzado por las vigorosas palabras del apóstol Pablo: “Hermanos: Estén siempre alegres, oren sin cesar, en toda circunstancia den gracias a Dios. Esto es lo que quiere Dios de ustedes, en Cristo Jesús”.
Estos llamados a la alegría, que se fundamentan en la confianza y en el amor a Dios, expresan una convicción muy honda. No estamos afirmando que la vida humana sea fácil. Estos largos meses de pandemia han sido durísimos para todos, particularmente para los más vulnerables. Todos estamos pagando una alta cuota de estrés e incertidumbre. Pero en medio de la tempestad sabemos que no estamos solos, pues el Señor es nuestro compañero de viaje. En medio de esta crisis, hemos tomado conciencia de las graves equivocaciones que, como sociedad, hemos cometido, y sabemos los ajustes que debemos hacer. ¡Ojalá tengamos el valor de cambiar y no olvidemos las lecciones que esta pandemia nos ha dado! Hemos redescubierto el valor infinito de la solidaridad. Por eso esta pandemia es una oportunidad para instaurar un modelo económico sostenible e incluyente. Estas sensibilidades nuevas son motivo de esperanza y de alegría.
No podemos terminar esta meditación sobre la alegría sin una mención a la Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium), del Papa Francisco. Agudo observador del corazón humano y de los procesos sociales, identifica las raíces de la profunda tristeza que ensombrece la vida de millones de seres humanos. Leamos atentamente este diagnóstico del Papa: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”.
La humanidad está enferma de una tristeza individualista. Frente a esta realidad, la liturgia nos invita a alegrarnos. ¿Cómo superar la tristeza? El Papa Francisco nos muestra el camino: “Invito a cada cristiano a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él”.
Saldremos al encuentro de Jesús en la medida en que salgamos al encuentro con nuestros hermanos. Por eso el camino del Adviento, que nos lleva al encuentro con el Hijo de Dios encarnado, es un llamado a encontrarnos con nuestros hermanos y expresar, con acciones concretas, la fraternidad.
Escribir comentario