Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Isaías 40, 1-5. 9-11
- II Carta de san Pedro 3, 8-14
- Marcos 1, 1-8
Hoy celebramos el II domingo de Adviento. Para avanzar en este proceso espiritual de preparación para la venida del Señor, la liturgia nos propone la figura de Juan Bautista con su vigoroso llamado a la conversión.
Su existencia histórica es testimoniada por los cuatro evangelistas y por Flavio Josefo, un historiador judeo-romano del siglo I. Sus escritos incluyen referencias a Jesús y a los orígenes del Cristianismo. Este testimonio es particularmente interesante porque proviene de alguien que es externo a la naciente comunidad eclesial.
Según estas referencias históricas, hacia el año 28 DC apareció en el escenario religioso de Palestina un profeta judío, venerado por la gente y con un estilo de vida muy ascético. Recibió el sobrenombre de Bautista porque realizaba un rito muy particular, que consistía en sumergir en las aguas del río Jordán a los judíos que expresaban arrepentimiento por los pecados cometidos y estaban decididos a emprender una vida diferente.
El vigor de su mensaje y su particular modo de vida lo hicieron muy popular. Su influencia sobre la opinión pública lo hizo sospechoso ante Herodes Antipas, quien ordenó su arresto y posterior ejecución. La fama de Juan Bautista continuó después de su muerte. Los textos de los Evangelios y delos Hechos de los Apóstoles nos permiten vislumbrar la tensión existente entre los discípulos de Juan y los de Jesús.
Juan era un profeta escatológico que proclamaba el juicio inminente de Israel porque se había apartado del camino de la Alianza. Hacía un vehemente llamado a la conversión pues el castigo estaba próximo. Su anuncio de juicio/castigo estaba abierto a la esperanza, porque el final que anunciaba sería el comienzo de una realidad nueva.
Según nos lo narra el evangelista Marcos en el texto que acabamos de escuchar, Juan habitaba en el desierto. No pensemos que Juan tenía una morada estable, sino que estaba en continuo movimiento. La palabra desierto tenía resonancias muy hondas en la memoria de los israelitas, pues les recordaba la escena del monte Sinaí, cuando Moisés recibió las Tablas de la Ley; también les evocaba los cuarenta años de peregrinación hacia la tierra prometida. Por eso, afirmar que Juan vivía en el desierto tenía una potente connotación religiosa. Como Juan quería encontrarse con la gente para hacer su llamado a la conversión, se acercaba a los vados del río de Jordán por donde cruzaban las caravanas de comerciantes.
El evangelista Marcos nos describe a este personaje tan especial: “Juan tenía una capa hecha con pelo de camello, y de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero, y comía saltamontes y miel silvestre”. Para nosotros, su vestimenta y su dieta son absolutamente exóticas. Pero eran los elementos que tenían a la mano los que habitaban en las proximidades del desierto, y no tenían que comprarlos pues se los proporcionaba la naturaleza; la capa de pelo de camello protegía del sol durante el día y abrigaba en el frío nocturno; los saltamontes ofrecían la proteína que necesitaba el organismo, y la miel silvestre era producto de una secreción de algunos árboles o la producían las abejas silvestres. En pocas palabras, Juan vestía y comía como los demás habitantes del desierto, que estaban en unas condiciones muy precarias.
Así como su mensaje era una denuncia a la infidelidad del pueblo, su estilo de vida marcaba una diferencia frente a las costumbres asumidas por muchos. Predicaba con la palabra y con su modo de vida. Por eso ejercía un magnetismo tan fuerte.
El evangelista Marcos hace referencia al bautismo de Juan: “Yo los he bautizado con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo”. ¿Cuál es el significado del bautismo de Juan? Ciertamente, muchas religiones han desarrollado ritos purificatorios que usan este elemento. En este caso particular, los israelitas que acogían el llamado de Juan, confesaban sus pecados y se comprometían a cambiar de vida. La inmersión en las aguas del río Jordán les daba la esperanza de escapar al castigo que se aproximaba y se abrían a la esperanza de compartir la suerte del pueblo fiel sobre el que Yahvé derramaría sus bendiciones. Ofrecía, pues, la esperanza de un nuevo comienzo.
En este II domingo de Adviento, detengámonos a contemplar la figura de Juan Bautista. Escuchemos su llamado: “¡Preparen el camino del Señor!”. Y la mejor preparación para la Navidad consiste en reconocer nuestros pecados y equivocaciones; así podremos acoger a Jesús que se hace presente en esta Navidad. Observemos su modo de vida. No se trata de que nosotros vivamos de una manera excéntrica, pero sí es una invitación a revisar nuestros hábitos de consumo. En esta pandemia hemos descubierto que podemos vivir de una manera más simple; necesitamos menos cosas; así podremos compartir generosamente con tantos hermanos nuestros que lo han perdido todo. Sigamos, pues, recorriendo el camino del Adviento dejándonos guiar por los textos que nos propone la liturgia.
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