Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Libro de la Sabiduría 6, 12-16
- I Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18
- Mateo 25, 1-13
La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre la sabiduría y la prudencia que nos lleva a ser previsivos en los asuntos prácticos y también en los asuntos espirituales. Tratemos de degustar estos textos tan inspiradores para nuestra vida diaria.
Estamos viviendo unos tiempos locos, en los que nos sentimos desbordados por la cantidad de información que recibimos. No tenemos tiempo para filtrar lo que es verdadero en medio de tantas mentiras. Además, nos sentimos aturdidos por la agresividad de las redes sociales y los insultos de los políticos en campaña. Por eso nos viene muy bien bajar la intensidad de nuestro ritmo de vida para reflexionar sobre dos temas que suenan extraños en esta época: la sabiduría y la prudencia.
En las culturas orientales, la sabiduría ocupa un lugar muy destacado. Prueba de ellos son las ricas colecciones de proverbios que nos han legado Egipto, Mesopotamia y Grecia. Estas colecciones recogen las enseñanzas, fruto de la experiencia, que se transmitían de generación en generación. El pueblo de Israel entró en contacto con estas corrientes culturales en tiempos de la monarquía. David y Salomón han pasado a la historia como gobernantes sabios y prudentes.
Al leer los textos del Antiguo Testamento, hay que distinguir entre las reflexiones sobre la sabiduría humana, nutridas por estas ricas tradiciones culturales, y la sabiduría divina que permitió al pueblo de Israel descubrir el plan de Dios en medio de los acontecimientos de su historia. Allí se iba auto-manifestando Yahvé.
El hombre sabio es aquel que busca conducir su vida de manera que pueda alcanzar la verdadera felicidad. Estas reflexiones las va madurando gracias a la atenta observación del mundo y del análisis de sus sentimientos profundos. Este hombre sabio, que vive en continua observación y reflexión, desea compartir su visión del mundo. Se convierte en maestro que orienta a sus discípulos por el camino de la prudencia, la moderación y la humildad. Desea participar ese tesoro que ha ido descubriendo a lo largo de la vida.
El exilio marcó profundamente la trayectoria del pueblo de Israel. Lejos de su patria, destruido el Templo, sentados junto a los canales de Babilonia, revisaron su cumplimiento de la Alianza, reconocieron sus infidelidades y se purificaron interiormente. Las reflexiones sobre la sabiduría se intensifican después del exilio. Los escribas profundizaron en su significado y escribieron sobre ella. En sus escritos, se refieren a la sabiduría como si fuera una persona: es una amada que se busca con avidez, es madre protectora, es ama de casa hospitalaria que invita a un banquete.
Como lo explican los expertos en el Antiguo Testamento, esta representación femenina de la sabiduría no era solamente un recurso literario. Implicaba también reconocer que la sabiduría humana tiene su fuente en Dios, es un reflejo de la luz eterna y está asociada a todo lo que Dios hace.
Con la presencia de Jesús de Nazaret, todas las reflexiones anteriores sobre la sabiduría pasan a un nivel superior, nunca imaginado. Todas las expresiones utilizadas en el pasado adquieren una nueva significación.
Ciertamente, los contemporáneos de Jesús quedaron admirados ante la profundidad de sus palabras. Se preguntaban por el origen de su sabiduría. ¿No es éste el hijo del carpintero? A lo largo de su vida pública, sus oyentes quedaron cautivados por la sabiduría y profundidad de sus parábolas.
Solamente después de la resurrección comprendieron en plenitud quién era Jesús. Fue más más que un sabio Maestro. Es la Sabiduría del Padre, su Palabra hecha carne.
En este momento de nuestra meditación dominical, comprendemos que una cosa es la sabiduría humana y otra cosa es la sabiduría como don de Dios. La sabiduría humana es el resultado de la observación atenta de la realidad y de lo que sucede en nuestro interior; se cultiva mediante las lecturas, la reflexión y la conversación con personas sabias; y se nutre de las experiencias de la vida. En pocas palabras, la sabiduría humana es un logro personal, fruto de la disciplina.
Por el contrario, la sabiduría que viene de Dios, que nos permite leer los acontecimientos de la vida en el horizonte del plan de salvación, es un regalo que Dios hace a las personas sencillas, a los pequeños. En la lógica del Sermón de las Bienaventuranzas, hay que volverse loco a los ojos del mundo para convertirse en sabio a los ojos de Dios.
Está bien que busquemos la sabiduría humana a través del estudio y de la investigación. Pero debemos despojarnos de nuestro orgullo y repetir con humildad la oración de san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad…”
Avancemos en la meditación del segundo tema que nos propone la liturgia de este domingo. Es la parábola de las doncellas que aguardaban al esposo. Cinco de las cuales fueron precavidas y las otras cinco no lo fueron. En su sencillez, este relato es un llamado a ser previsivos, a no dejar los asuntos para el último momento, a anticiparnos, en la medida de lo posible, a los acontecimientos. Este llamado a ser previsivos tiene que ver con la vida diaria y con los valores espirituales.
Hay personas que son incapaces de planear. Todo lo dejan para última hora: el pago de los impuestos, la compra del regalo, la salida para el aeropuerto. Al final, las cosas no se hacen correctamente, quedan mal con la gente, generan estrés. Creyendo que nunca van a morir, no arreglan sus asuntos y dejan a su familia graves problemas. Son personas que viven ahogadas en el presente, incapaces de proyectar el futuro.
Esta incapacidad de pensar en el futuro, tomar decisiones y hacer ajustes, también tiene profundas implicaciones en la vida espiritual. Tenemos que ser conscientes de que tenemos la vida prestada. En cualquier momento nos saldrá el encuentro la hermana muerte (como la llamaba san Francisco de Asís). ¿Cómo nos presentaremos ante el Señor de la misericordia? Para muchas personas es muy difícil enfrentar la realidad de la muerte. Prefieren no pensar en ella. Y siguen viviendo en medio del caos: relaciones familiares rotas, diálogos que nunca terminaron, reencuentros que nunca se dieron, ofensas que nunca se reconocieron. No fueron capaces de emprender el camino de la sanación y de la reconciliación con Dios, con su familia, con la sociedad y con ellos mismos.
Estos dos textos sobre la sabiduría y la prudencia que nos hace mirar hacia el futuro para anticiparnos, son una motivación para vivir la vida a un ritmo diferente y así evitar quedar atrapados en debates estériles y en las improvisaciones.
Escribir comentario