Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Isaías 55, 1-3
- Carta de san Pablo a los Romanos 8, 35. 37-39
- Mateo 14, 13-21
La inseguridad de las grandes ciudades nos ha obligado a cambiar los hábitos de relacionamiento. En lugar de la cordialidad que manifiestan los habitantes de las poblaciones pequeñas, se nos recomienda no hablar con desconocidos, pues podemos ser víctimas de un atraco o nos pueden trasmitir el Covid-19. Son unas relaciones sociales puramente defensivas; todo aquel que nos dirige la palabra o nos pregunta la hora es visto como un atracador potencial.
Si así nos comportamos los adultos, la situación que viven los niños es mucho más complicada. Sus padres les repiten, una y otra vez, que no deben hablar con extraños y, mucho menos, recibir regalos. Son innumerables las historias de abusos sexuales y de adicción a las drogas que han resultado de estos encuentros.
En este contexto de unas relaciones sociales puramente defensivas y dominadas por las sospechas, nos suenan muy extrañas las palabras del profeta Isaías pues contrastan con los hábitos que hemos desarrollado. Leamos el texto de Isaías: “Todos los que tienen sed, vengan a sacar agua, vengan los que no tienen dinero. Lleven trigo de balde y coman, lleven vino y leche sin pagar nada”.Se trata de un ofrecimiento muy extraño que genera sospechas. ¿Qué significa este ofrecimiento? ¿Qué se espera a cambio?
Estas palabras del profeta Isaías nos invitan a superar nuestras sospechas y prejuicios. Dios es el que hace el ofrecimiento. No lo hace un político que está interesado en conseguir nuestro voto. ¿Qué espera Dios a cambio? Nada. Dios es la plenitud del ser. No necesita nada. Su ofrecimiento está motivado por el amor infinito que nos tiene.
No podemos juzgar nuestras relaciones con Dios siguiendo los parámetros de las relaciones humanas. Nuestras acciones u omisiones están condicionadas por las respuestas que recibimos: saludamos si el otro nos saluda; sonreímos si el otro nos sonríe; llamamos a felicitar el día del cumpleaños si el otro me llamó cuando fue mi cumpleaños.
Dios no actúa así con nosotros. Él es el siempre fiel, a pesar de nuestras infidelidades; Él nunca nos deja solos; somos nosotros los que nos alejamos de Él. Su amor y su gracia son absolutamente gratuitos. Su generosidad no tiene límites. Este es el mensaje central dela liturgia de este domingo. El salmo 144, que acabamos de recitar, nos lo recuerda: “El Señor es clemente y misericordioso,lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
Esta generosidad infinita de Dios para con nosotros es elocuentemente expresada por el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo futuro; ningún poder creado podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.
Pasemos ahora al relato de la multiplicación de los panes, narrado por el evangelista Mateo. Enriquece nuestra comprensión de la generosidad infinita de Dios hacia nosotros, la cual no conoce límites.
La situación es descrita en pocas palabras: se ha congregado una gran multitud que desea escuchar a Jesús; la noche se aproxima; es un lugar despoblado, donde no hay tiendas ni restaurantes. Como podemos ver, la situación es compleja.
Los discípulos quedan desconcertados cuando escuchan las instrucciones de Jesús: “No hace falta que se vayan. Denles ustedes de comer”. Ellos se miran perplejos. ¿Acaso Jesús no se da cuenta dela gravedad de la situación? ¡Solamente tienen cinco panes y dos pescados!
Este hermoso relato de la multiplicación de los panes contiene dos mensajes.
- El primero de ellos tiene que ver con el estilo literario que utiliza, muy parecido al relato dela institución dela eucaristía, en la última Cena; nos dice el evangelista Mateo: “Tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la mirada, bendijo los panes, los partió y se los dio a los discípulos”. Es como si esta escena dela multiplicación delos panes fuera un anticipo de la cena eucarística, en la que Jesús nos dejó como regalo el Pan de Vida y el Cáliz de Salvación.
- En segundo lugar, este relato de la multiplicación de los panes es una invitación para compartir con nuestros hermanos lo que somos, lo que tenemos, lo que sabemos. Cuando compartimos con los hermanos, no disminuyen nuestros recursos. La lógica del Evangelio rompe la racionalidad de los expertos en logística; en términos humanos, es evidente que cinco panes y dos pescados no podían saciar el hambre de una multitud de cinco mil hombres, sin contar las mujeres ni los niños. Las matemáticas de Dios son diferentes: cuando se comparte, no se resta; todo lo contrario; la solidaridad multiplica.
Que esta meditación dominical nos inspire una oración de acción de gracias por los infinitos beneficios que hemos recibido de Dios. Todo es don y gracia. Y tomemos conciencia de que todo lo que hemos recibido de manos de Dios y las oportunidades que hemos tenido son para compartir y ayudar a los demás.
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