Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- I Libro de los Reyes 3, 5. 7-12
- Carta de san Pablo a los Romanos 8, 28-30
- Mateo 13, 44-52
Cuando leemos por primera vez y con un poco de prisa, los textos bíblicos de este domingo, nos sentimos un poco desconcertados. La primera lectura es del I Libro de los Reyes, y nos narra el sueño que tuvo el rey Salomón, en el que Dios le decía: “Pídeme lo que quieras”; y Salomón le pidió sabiduría y discernimiento. Luego leemos, en el evangelio de Mateo, las parábolas del Reino; en ellas, Jesús explica a sus discípulos que el Reino delos Cielos es como un tesoro escondido o como una perla de gran valor. Dos textos muy bellos, pero, ¿qué tienen que ver el uno con el otro?
En una segunda lectura, mucho más reposada, descubrimos que existe una sutil e inspiradora conexión entre estos textos, que la liturgia de este domingo nos propone: necesitamos la sabiduría y el discernimiento para identificar cómo se manifiesta la voluntad de Dios en nuestras vidas.Necesitamos una mirada penetrante y un oído muy fino para percibir esa voluntad de Dios (el Reino) que se expresa de múltiples maneras en nuestra vida diaria. No esperemos manifestaciones extraordinarias de Dios, pues normalmente nos habla a través de los acontecimientos cotidianos.
Después de este comentario general, vayamos al hermoso texto del I Libro de los Reyes. El personaje central es el rey Salomón, que vivió hace tres mil años, quien nos sigue fascinando por su sabiduría y sus riquezas, fuente de inspiración de novelistas y directores de cine;y construyó el primer Templo de Jerusalén.
Este Templo fue construido en el siglo X AC para albergar las Tablas de la Ley que había recibido Moisés en el Monte Sinaí, y que acompañaron al pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto. El riquísimo Templo, que sustituyó a la sencilla tienda que albergó a las Tablas de la Ley, fue el centro de la identidad religiosa y política de Israel. Fue destruido en el año 586 AC por los ejércitos del rey de Babilonia, Nabucodonosor II.
En el sueño que nos relata el I Libro de los Reyes, Dios le dice a Salomón: “Pídeme lo que quieras”. Y Salomón responde: “Tendrás que dar a tu servidor un corazón sensato para gobernar a tu pueblo y para discernir entre el bien y el mal”. Y Yahvé le responde: “Haré lo que me pides: te doy la sabiduría y el discernimiento, como nadie los ha tenido antes de ti ni los tendrá después”.
Sabiduría y discernimiento. Dos herramientas de gran valor, no sólo para asumir funciones públicas de gobierno, sino también para poder conducir la propia vida. Salomón no pensó en su comodidad personal. Pensó en lo que él necesitaba para cumplir la misión que Dios le había confiado.
La sabiduría es el resultado final o punto de llegada de un camino largo y complejo, que comienza con recoger información sólida, objetiva, respaldada por evidencias, purificada de posibles contaminaciones. Esa información es procesada y transformada por una reflexión crítica que establece conexiones y correlaciones, analiza consecuencias, pesa costo-beneficio, compara con experiencias y lecciones del pasado, consulta a personas sabias. Finalmente, toma las decisiones y asume las consecuencias. En pocas palabras, este es el camino que sigue la sabiduría humana. El creyente va más allá y se pregunta: A través de estos hechos, ¿qué quiere Dios de mí?, ¿cuál es el camino que me está señalando? Cuando las conclusiones a las que llega la sabiduría humana son iluminadas por la fe, hemos alcanzado el discernimiento espiritual. En palabras de san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, el discernimiento nos permite buscar y hallar la voluntad de Dios en todas las cosas.
El Salmo 118 expresa el acierto que ha tenido Salomón al pedir los dones de sabiduría y discernimiento: “El Señor es mi herencia; he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata”.
Salomón tenía claramente definida cuál era su escala de valores. Para él, lo más importante era cumplir la exigente tarea que le había sido confiada, y para ello necesitaba sabiduría y discernimiento. Lamentablemente, muchos de nuestros dirigentes no dan la prioridad al servicio a la comunidad. Subordinan los bienes públicos a sus objetivos personales.
Sigamos avanzando en nuestra meditación dominical. El evangelista Mateo sintetiza las hermosas catequesis sobre el Reino, en las que Jesús utiliza unas imágenes tomadas de la vida diaria: “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido bajo tierra”, “es como una perla de gran valor”. A través de estas imágenes nos está diciendo que el Reino ya está en medio de nosotros; necesitamos descubrirlo; pasa desapercibido para muchos. El Reino de Dios es Él, el Hijo Eterno encarnado, que vino para redimirnos y comunicarnos la vida divina.
Por el sacramento del Bautismo, nosotros ya poseemos las llaves que nos permite acceder a ese tesoro. Delante de nosotros está Jesucristo resucitado: su Persona, su mensaje, los sacramentos dela Iglesia. Como los discípulos de Emaús, necesitamos los dones de sabiduría y discernimiento para identificar a ese viajero que camina junto a nosotros. Necesitamos una particular sensibilidad interior para decodificar su mensaje en medio de los ruidos de la vida diaria.
En esta pandemia que nos tiene atemorizados, nuestro clima interior no es el más adecuado para identificar los mensajes sutiles del Espíritu en nuestro interior, pues estamos ansiosos, navegamos por un mar de incertidumbre, no sabemos cómo ni cuándo terminará esta pesadilla. Por eso debemos pedir, con particular confianza: Señor, danos sabiduría y discernimiento para abrirnos a tu Palabra y acoger tu mensaje. Señor, estamos confundidos. Ilumínanos.
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