Redefiniendo el significado de la antigua costumbre de la hospitalidad

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Génesis 18, 1-10ª
  • Carta de san Pablo a los Colosenses 1, 24-28
  • Lucas 10, 38-42

Los hechos relatados por el libro del Génesis y el evangelio de Lucas tienen un elemento en común, que es la costumbre de la hospitalidad, una práctica muy extendida entre los pueblos del próximo oriente. Dadas las condiciones difíciles en que se llevaban a cabo los viajes, los caminantes eran acogidos con generosidad, y los lugareños les ofrecían alimento, agua y descanso. La vida y los bienes de los viajeros eran respetados, y un código de conducta no escrito, pero que se consideraba sagrado, regulaba las relaciones con estos desconocidos.

Estos dos relatos, del Antiguo y del Nuevo Testamento, sirven de vehículo para comunicarnos dos profundas experiencias espirituales: la primera de ellas tiene como protagonistas a Abrahán, un pastor nómada, y su esposa Sara; la segunda experiencia se desarrolla en el hogar de las hermanas Marta y María, quienes reciben la visita de Jesús.

 

Veamos qué elementos nos ofrece el relato del libro del Génesis. La escena se desarrolla en el encinar de Mambré, un bucólico lugar escogido por Abrahán y su anciana esposa para levantar su tienda y alimentar a sus rebaños. Hacia el mediodía, tres viajeros se aproximan a su tienda, y el viejo pastor comprendió, desde su profunda fe en Yahvé, que eran mensajeros de Dios. Por eso al recibirlos, se postró en el suelo y dijo: “Señor, si es de tu agrado, no pases sin detenerte con este servidor”. Luego, haciendo gala de la hospitalidad oriental, les ofreció su tienda para que pudieran reponerse de las fatigas del viaje, y organizó para ellos una generosa comida. Al despedirse, le hicieron una promesa, que parecía imposible de cumplirse por la avanzada edad de estos esposos: “Dentro de un año volveré sin falta a visitarte, y verás que Sara, tu mujer, te habrá dado un hijo”.

 

Este encuentro de Abrahán con los tres jóvenes viajeros en el encinar de Mambré se ha convertido en un expresivo motivo de inspiración en la tradición bizantina. Los artistas de las Iglesias orientales han encontrado en esta escena un hermoso símbolo para representar a la Santísima Trinidad. Es muy famoso el icono del pintor ruso Andrei Rublev, de finales del siglo XIV, que es la más perfecta expresión de la Trinidad bizantina.

 

Los místicos cristianos han utilizado con frecuencia la imagen de la hospitalidad o visita para expresar el encuentro profundo con Dios en el silencio de la contemplación.

 

La segunda escena de hospitalidad es descrita por el evangelista Lucas: “Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María”.

 

Podemos imaginar la conmoción que sacudió a esta familia al recibir al profeta del cual hablaban todos; el vigor de su mensaje y los prodigios que realizaba eran obligado tema de conversación en los pueblos que visitaba.

 

El evangelista Lucas hace una rápida caracterización de estas hermanas, en la que se han inspirado muchos escritores para reflexionar sobre la diversidad de carismas y vocaciones dentro de la vida de la Iglesia; María es considerada un ejemplo de vida contemplativa, y Marta como una activista. Leamos la descripción que nos hace el evangelista: “María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio”. No vale la pena que entremos a calificar el comportamiento de estas dos hermanas. En su estilo y personalidad, cada una atendía de la mejor manera a ese huésped especialísimo que había llegado en busca de descanso.

 

En medio de la diversidad de contextos, estos dos relatos muestran cómo Dios se hace presente en la vida de Abrahán y Sara, y de las hermanas Marta y María. Tienen razón los místicos cuando hablan de las diversas maneras como Dios visita, es decir, se comunica, con sus creaturas. Ciertamente, en el caso de los místicos se trata de experiencias de oración muy especiales; pero Dios también se comunica con los demás seres humanos de diversas maneras; las mociones del Espíritu no están reservadas a un puñado de privilegiados. El Espíritu sopla donde quiere. El patriarca Abrahán vio, con los ojos de la fe, que esos jóvenes visitantes eran portadores de un mensaje, nada menos que la promesa de fecundidad. Seguramente, los empleados de Abrahán, que cuidaban de sus rebaños, no vieron nada especial en estos viajeros.

 

Dios nos visita de muchas maneras y se nos comunica a través de diversos lenguajes. Por eso necesitamos aguzar los sentidos internos para poder ver a Dios en todas las cosas, pues Él está presente en todas sus creaturas y nos habla a través de ellas.

 

No podemos terminar esta meditación dominical sin referirnos a la actualidad que tiene la hermosa costumbre de la hospitalidad. No se trata de un comportamiento obsoleto practicado por pueblos subdesarrollados, que necesitaban de ella para poder viajar en medio de parajes agrestes e inseguros. Quienes vivimos en las ciudades hemos perdido esta sensibilidad y miramos con recelo a los extraños e inmediatamente avisamos a los guardias de seguridad del condominio. El drama de las migraciones, que antes veíamos como algo propio de países lejanos, desde hace años es una realidad dolorosa en nuestro país, con la que quizás nos hemos familiarizado. Son más de siete millones de hermanos nuestros colombianos que han tenido que abandonar su tierra, desplazados por la violencia; y más de un millón de venezolanos que han buscado amparo en nuestro país. No podemos cerrar los ojos a estas realidades.

 

Tenemos que preguntarnos cómo podemos poner en práctica hoy la antigua costumbre de la hospitalidad. Por razones obvias, no podemos actuar con la misma espontaneidad que lo hizo Abrahán. Pero sí tenemos que encontrar formas concretas de solidaridad. Tenemos que ver el rostro de Dios en los jóvenes venezolanos que transitan por las carreteras de Colombia y en las madres que piden limosna en los semáforos de nuestras calles.


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