Objetivo:
Un acompañante espiritual
Todos disfrutamos cuando en alguna de nuestras limitaciones físicas o psíquicas nos atiende un buen médico o un buen psicólogo. Se percibe aun en la forma como nos saludan, nos miran y preguntan. Sabemos si están de afán o no. Sentimos su paciencia, discreción y profesionalismo. Si aciertan en el diagnóstico y nos sacan adelante lo elegimos como nuestro médico personal o "mi coach", si es psicólogo, como dicen algunos.
Algo parecido sucede con un buen Acompañante Espiritual a quien abrimos el corazón y esperamos su reflejo con el fin de mejorar nuestra calidad de vida integral: cuerpo-psiquis-espíritu.
En forma muy pero muy pedagógica suelo decir que nos parecemos a una llanta de un carro: lo externo-físico (el caucho) lo examinan los médicos; lo psíquico-social (el rin) lo abordan los psicólogos y aquello que no se ve, lo espiritual, lo más intimo de nosotros mismos lo tratan los Acompañantes Espirituales. El Maestro Ignacio de Loyola, dio un aporte histórico. Sigue vigente dadas las circunstancias tan confusas en las cuales nos encontramos. ¿De qué sirve una llanta hermosa de un carro F1 o de un tracto mula, si no tiene aire?
Se entiende por espiritual "el arte de salir de nosotros mismos en bien de los demás. Es la capacidad de trascendernos" (Cf. P. Gustavo Baena). De esto depende nuestra auténtica felicidad.
En la Espiritualidad Ignaciana el Acompañante Espiritual no es un confesor, no es un psicólogo, es una persona que ha tenido una experiencia profunda con el Dios revelado en Jesús, quien al escuchar mis sentimientos o mociones (movimientos internos que me llevan a la acción) del amor o del egocentrismo, me ayuda a clarificar situaciones que son ambiguas, que no las se descifrar y que son importantes especialmente cuando debo tomar decisiones significativas o cuando necesito saber qué me está impidiendo para ser más feliz.
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