Dos momentos estelares en la tradición ética judeo-cristiana

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro del Deuteronomio 6, 2-6
  • Carta a los Hebreos 7, 23-28
  • Marcos 12, 28-34

En la tradición judeo-cristiana, los principios éticos no fueron estáticos, sino que evolucionaron. Recordemos que la Revelación fue histórica, es decir, Dios fue descubriendo gradualmente su plan de salvación. En ese devenir histórico de los principios éticos judeo-cristianos, podemos identificar dos momentos estelares: El primero de ellos tuvo como protagonista a Moisés, el gran líder de Israel; el segundo tuvo como protagonista a Jesucristo, plenitud de la Revelación. Veamos cuál es el aporte de cada uno de ellos respecto al comportamiento ético de los creyentes. Ese es el tema de meditación que nos proponen las lecturas de este domingo.

Empecemos por los aportes que nos hace el libro del Deuteronomio. Para poder comprender los principios éticos del pueblo de Israel, es necesario recordar qué lo diferenciaba de los pueblos vecinos. El factor diferenciador de su historia es el monoteísmo. Israel, a diferencia de los pueblos circundantes, creía en un Dios único, trascendente, personal, que había tomado la iniciativa de establecer una alianza con el pueblo de su elección. Esta es la experiencia fundacional de Israel, que leda su identidad religiosa, ética, cultural y política.

 

Moisés, el gran líder de la comunidad, presenta al pueblo la carta de navegación que deberá orientar el comportamiento de los individuos y de las tribus, a partir de la experiencia central del monoteísmo:

  • “Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos”
  • “Escucha Israel: el Señor es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.

 

Alrededor de la fe en Dios, se articulan todos los deberes individuales y sociales: el respeto a la vida, el cumplimiento de los compromisos adquiridos, la familia, la sexualidad, la actividad económica, etc.

 

Moisés destaca los beneficios que tendrán quienes ajusten sus comportamientos a estos principios éticos: “Cúmplelos siempre y así prolongarás tu vida; guárdalos y ponlos en práctica para que seas feliz y te multipliques”.

 

La experiencia histórica le da la razón a estos sabios principios que Moisés propone a la comunidad de Israel. Cuando la sociedad da la espalda a Dios, Éste es substituido por el Estado o el Partido o el Dinero. Cuando desaparecen los principios religiosos, fácilmente desaparecen las fronteras entre el bien y el mal, y la ética es sacrificada para favorecer otros intereses: los derechos humanos son pisoteados, no se respetan los compromisos adquiridos, la familia salta en mil pedazos, la sexualidad se desborda y la ambición no conoce límites.

 

La ética propuesta por Moisés es un elemento central de la convivencia civilizada. Fue propuesta hace muchos siglos y conserva su vigencia en nuestros tiempos. Cuando los sistemas políticos la han olvidado, las consecuencias sociales han sido desastrosas. De ahí la importancia histórica de estos principios.

 

Pasemos ahora al relato del evangelista Marcos. Jesús pone en marcha una segunda revolución ética. Es un gran salto cualitativo en el campo delos principios éticos dentro de la tradición judeo-cristiana.

 

Un escriba la pregunta a Jesús: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Se trata de una pregunta difícil porque, en el Judaísmo de tiempos de Jesús, se había desarrollado un cuerpo normativo sumamente complejo; los judíos estaban sometidos a cientos de mandamientos y normas. De ahí la pertinencia de la pregunta que hace el escriba.

 

La respuesta de Jesús sorprende por su precisión: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.

 

Con esta respuesta de Jesús quedan superados los debates a los que dedicaban muchas horas los doctores de la Ley. En estos dos mandamientos se sintetizan todos los preceptos. Más aún, estos dos mandamientos son inseparables.

 

Esta lección sobre los principios y valores que nos da Jesús debe llevarnos a un sincero examen de conciencia. Hay personas que se reconocen como creyentes, pero su corazón está invadido por los rencores y deseos de venganza. Son incompatibles el amor a Dios y el odio a las personas.

 

En países destrozados por los conflictos, es natural que existan heridas profundas. Por eso el largo y tortuoso camino de la paz exige un acompañamiento para que se puedan dar los procesos de sanación interior.

 

En Colombia, durante las últimas semanas hemos podido conocer el desgarrador testimonio de las víctimas del conflicto armado que estuvieron durante años secuestradas por la guerrilla de las FARC. Estas víctimas están dispuestas a perdonar, pero exigen conocer toda la verdad de los hechos y que los victimarios den la cara. Una cosa es el discurso teórico sobre el amor a Dios y al prójimo, y otra cosa muy distinta es haber estado atado con cadenas como en los peores tiempos de la esclavitud. La reconciliación del país tomará muchos años y exige la activa participación de los organismos del Estado, la sociedad civil y las comunidades eclesiales.

 

Las lecturas de este domingo nos han invitado a reflexionar sobre dos momentos estelares de la evolución de los principios éticos dentro de la tradición judeo-cristiana, cuyos grandes protagonistas han sido Moisés y Jesús:

  • Moisés propone la estructura básica que regula las relaciones con Dios y con el entorno social, teniendo como eje la creencia en un Dios único, trascendente y personal.
  • Jesús propone el amor a Dios y al prójimo como la síntesis suprema de la ética de los creyentes.

 

Esto nos exige superar incoherencias como, por ejemplo, afirmar que creemos en Dios pero que no descansaremos hasta que hayamos logrado vengarnos de alguien que nos ha hecho mal. El carácter inseparable del amor a Dios y al prójimo muestra la unión indisoluble entre fe y justicia.


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