Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Libro de Josué 24, 1-2. 15-17. 18
- Carta de san Pablo a los Efesios 5, 21-32
- Juan 6, 55.60-69
El paso del tiempo unas veces juega a nuestro favor y otras veces nos afecta. Pensemos, por ejemplo, en el sufrimiento que nos causa la pérdida de los seres queridos; gracias al paso del tiempo, ese dolor se va mitigando y podemos elaborar el duelo. Igualmente, el paso del tiempo significa desgaste, deterioro; esto lo sentimos, ante todo, en nuestro cuerpo, que va perdiendo el vigor de la juventud y nuestra autonomía se ve comprometida. El paso del tiempo también significa desgaste y deterioro de nuestros afectos y opciones. La rutina termina por marchitar las ilusiones que nos llevaron a emprender generosos proyectos de amor y servicio.
Conscientes de este desgaste natural, es conveniente hacer un alto en el camino para reflexionar de dónde venimos, para dónde vamos y qué sentido tiene lo que hemos hecho.
Este es el contexto de dos pasajes bíblicos que la liturgia de este domingo propone a nuestra consideración. En los dos textos, del Antiguo y del Nuevo Testamento, encontramos dos preguntas que sacuden a los interlocutores y los obligan a reflexionar. Detengámonos a analizar las dos situaciones.
Josué ha sucedido a Moisés como líder del pueblo de Israel. Un liderazgo difícil porque es una comunidad rebelde, indisciplinada, que no acaba de asumir el monoteísmo y sigue atraída por las prácticas paganas de los pueblos vecinos.
Josué los confronta: “Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir: ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos en cuyo país ustedes habitan? En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor”. Esta pregunta de Josué pretende sacar al pueblo de la ambigüedad en que estaba y sus ires-y-venires entre el monoteísmo y el politeísmo. La situación no podía continuar. Se necesitaban definiciones.
Pasemos al Evangelio. Las palabras de Jesús han suscitado un gran escándalo entre los judíos que lo escuchaban: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir esto?”.
¿Cómo maneja Jesús esta difícil situación? Su liderazgo es firme; como Josué, confronta a la gente: “Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También ustedes quieren dejarme?”. Jesús no tolera la indecisión: se van o se quedan, pero sin zonas grises. Exige tomar una posición clara. A medida que avanzan en su proceso de formación, los Doce van descubriendo la radicalidad de la propuesta de Jesús, que los invita a asumir el Sermón de las Bienaventuranzas como fuente de inspiración, y se dirige a Jerusalén para entregar su vida. Su invitación a seguirlo no significa, pues, riqueza o poder.
Ante los cuestionamientos de Josué y Jesús, ¿cómo reaccionan sus interlocutores?
- “El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios; Él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos”. Así, pues, ante la confrontación que hace Josué, el pueblo ratifica su fidelidad al Dios de la Alianza.
- Ante la confrontación que Jesús hace al grupo de los Doce Apóstoles, Pedro asume la vocería: “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”. Así ellos confirman su decisión de seguir a Jesús.
Estas dos escenas, de confrontación y confirmación de una opción, revisten gran importancia. ¿Qué enseñanzas nos dejan? En la vida, es necesario detenerse para reflexionar, evaluar y proyectar. Con el paso del tiempo, es posible que se haya perdido el entusiasmo original de nuestra vocación. Hay que preguntarnos por las motivaciones e ilusiones que nos llevaron a emprender un camino determinado. La rutina es el gran enemigo. Por eso son tan importantes las celebraciones de los aniversarios con sus ritos propios (brindis, comida, revisión de los álbumes fotográficos, etc.). Es un mal síntoma cuando estas fechas pasan desapercibidas.
Hay que atizar el fuego del amor conyugal. El cuidado de los hijos y las luchas cotidianas pueden haber deteriorado la capacidad de compartir y dialogar entre la pareja. Hay que entender que el amor conyugal pasa por diversas etapas y es necesario reinventarlo en cada una de ellas.
Hay que reavivar la ilusión de la vocación sacerdotal. Como todo en la vida, es posible que la rutina haya podido contaminar la celebración diaria de la Eucaristía. Por eso es tan importante que el sacerdote haga sus Ejercicios Espirituales cada año para intensificar su comunicación con el Señor Jesús y volver a sorprenderse por haber sido escogido para proclamar la Palabra y comunicar la vida divina a través de los Sacramentos de la Iglesia.
Hay que renovar la acción evangelizadora de la Iglesia y anunciar el gozo del Evangelio, como nos lo recuerda el Papa Francisco. La Iglesia puede quedar atrapada en los trámites burocráticos y permanecer encerrada en los despachos parroquiales. El Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia en salida, que toma la iniciativa para encontrarse con todos aquellos que necesitan el anuncio de la salvación.
La pregunta que Josué hace a la comunidad de Israel y la pregunta que Jesús hace al grupo de los Doce son una fuerte interpelación respecto a la solidez de sus principios y opciones. No permitamos que la rutina nos invada y termine anestesiando nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra capacidad de amar. Tenemos que reinventarnos cada día y volver al entusiasmo de las opciones originales, acomodándolas a los nuevos escenarios que nos va presentando la vida.
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