Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Ezequiel 17, 22-24
- II Carta de san Pablo a los Corintios 5, 6-10
- Marcos 4, 26-34
Las lecturas de este domingo utilizan imágenes tomadas de la vida campesina; a través de este lenguaje, los textos bíblicos explican cómo actúa Dios en la historia y lleva a cabo su plan de salvación. Estas imágenes no son tan evidentes para quienes vivimos en las ciudades, donde los procesos productivos son diferentes y tenemos otros puntos de referencia.
¿Cuál es el mensaje central que nos transmiten estos textos? Cómo la Obra de Dios se va realizando de una manera totalmente diferente a la lógica que siguen los proyectos humanos. Y quienes colaboramos en la Obra de Dios debemos entender cómo actúa Él para así cumplir nuestra misión en la construcción del Reino y no obstaculizar la acción del Espíritu.
Como punto de partida de nuestra meditación, recordemos cuáles son los aspectos que tenemos en cuenta cuando queremos emprender un proyecto. Lo primero que hacemos es identificar el problema que queremos solucionar o la necesidad que deseamos atender; luego vemos con qué recursos contamos y con quiénes podríamos asociarnos para poder realizar esta tarea; hacemos un presupuesto y un cronograma; analizamos las posibilidades de éxito y los beneficios que esperamos recibir. En términos muy sencillos y sin necesidad de utilizar un lenguaje especializado, esta es la ruta que seguimos en la planeación y ejecución de los proyectos humanos.Esta lógica no funciona cuando se trata de anunciar la Buena Nueva de Cristo resucitado. La Obra de Dios sigue derroteros no imaginados.
La primera diferencia sustancial entre la Obra de Dios y las obras humanas radica en que la iniciativa es del Señor; Él es quien llama; todo es gracia. Los resultados del anuncio del Reino no dependen de los esfuerzos humanos ni de la sofisticación de las herramientas tecnológicas utilizadas en las tareas apostólicas. El Señor es quien dispone dónde cae la semilla, cuándo es el momento salvífico adecuado, cómo llega esa semilla al destinatario…
Nosotros, los agentes evangelizadores, somos simples instrumentos de los que Dios se vale para actuar en la vida cotidiana. ¿Cómo prepararnos para ser instrumentos idóneos? A través de una vida interior profunda que nos haga dóciles a la acción del Espíritu Santo. Debemos transmitir con absoluta fidelidad el mensaje, sin distorsiones provenientes de nuestra subjetividad e intereses. Recordemos que el evangelizador debe proclamar la Palabra de Dios y no sus teorías personales.
En la ejecución delos proyectos humanos, debe haber un riguroso monitoreo de cada una de las etapas. Cuando hablamos de la acción del Espíritu en el corazón humano, tenemos que renunciar a las pretensiones de hacer una interventoría, como la que se realiza en los grandes proyectos de infraestructura. Lo que sí es posible es, a través del discernimiento, ir interpretando las mociones interiores; esto debe hacerse con el acompañamiento de un director espiritual o consejero experimentado.
En el texto del evangelista Marcos que acabamos de escuchar, aparece una experiencia de la vida del agricultor que nos permite comprender esta realidad: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece”. Los padres de familia y los educadores son testigos de esta realidad pues siembran principios y valores en las mentes y corazones de los jóvenes; con frecuencia se sienten frustrados porque pareciera que han fracasado como sembradores, pero años más tarde aparecen cosechas que no se esperaban.
En los proyectos humanos existen indicadores de éxito: cuánto dinero se invirtió, cuál es el retorno de la inversión, etc. Cuando hablamos de la Obra de Dios no es posible hacer estas mediciones. Solo Dios conoce los resultados.
Después de estas consideraciones generales sobre la lógica diferente de la Obra de Dios, que hemos hecho a la luz de las imágenes campesinas que nos ofrecen las lecturas bíblicas de este domingo, fijemos nuestra atención en las instituciones de servicio a la comunidad que han sido fundadas por la Iglesia:
- Nos referimos a las universidades, colegios, hospitales, asilos de ancianos, etc. Se trata de grandes obras que exigen cuantiosos recursos.
- La sostenibilidad en el tiempo de estas obras apostólicas exige una administración rigurosa. Para ello hay que contratar al personal especializado que pueda atender con responsabilidad y eficacia las diversas actividades. No bastan la buena voluntad y la generosidad.
- Ahora bien, debemos poner mucha atención a lo que nos debe diferenciar como obras de la Iglesia. Las obras apostólicas no pueden contentarse con ser unas ONG manejadas con pulcritud y eficiencia. Estas instituciones están llamadas a proclamar, cada una a su manera y en fidelidad a su carisma fundacional, el gozo del evangelio. Por lo tanto, hay que procurar la formación integral de quienes hacen parte de ellas para que sean conscientes de la colaboración que prestan a la Obra de Dios, cuya lógica supera infinitamente los principios organizacionales que rigen los proyectos humanos. Somos simples instrumentos. La iniciativa es de Dios, de quien dependen los resultados.
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