Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Éxodo 24, 3-8
- Carta a los Hebreos 9, 11-15
- Marcos 14, 12-16. 22-26
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo está dedicada a la veneración del misterio de la eucaristía, cuya institución fue en la Última Cena. Esta fiesta fue introducida en la Iglesia universal por el Concilio de Viena, en 1311, el cual ratificó lo que había sido establecido por el Papa Urbano IV, en septiembre de 1264. En muchas parroquias, esta celebración va acompañada de procesiones en las cuales los fieles expresan su piedad eucarística con cantos y oraciones.
Para poder comprender el sentido profundo de las lecturas de este día es necesario profundizar en una palabra que aparece con mucha frecuencia en la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento. Se trata de la palabra sacrificio.
Al leer los textos más antiguos de la Biblia, vemos cómo los líderes religiosos de Israel erigían altares y ofrecían sacrificios a Yahvé como expresión de adoración y oración con motivo de las intervenciones de Él en los acontecimientos de su historia. En estas ocasiones, sacrificaban animales y también ofrecían los productos agrícolas. En los orígenes, estos sacrificios y ofrendas se caracterizaban por la informalidad, ya que los altares se levantaban allí donde la vida nómada los llevaba y eran presididos por los líderes comunitarios. Posteriormente, serán los sacerdotes quienes presidirán estas ceremonias, que tendrán lugar exclusivamente en el templo de Jerusalén. El libro del Levítico regulará estrictamente el protocolo de estas celebraciones.
En los relatos del Antiguo Testamento, encontramos dos tipos de ceremonias: por una parte, estaban los holocaustos, en los cuales la totalidad de la víctima era consumida por el fuego; y los banquetes sagrados, en los cuales, una parte se reservaba a Yahvé y al culto, y otra era consumida por los convidados al banquete. Siguiendo la regulación del libro del Levítico, se va fortaleciendo el concepto de expiación; esto significa que, mediante los sacrificios, el pueblo recuperaba la pureza legal y ritual que, por diversas razones, se había perdido.
Los autores del Antiguo Testamento, particularmente los Profetas, encienden las alarmas frente al peligro de caer en la repetición de unos ritos carentes de significado pues estaba ausente una actitud interior. Gestos hipócritas y puramente formales que no expresaban con honestidad el deseo de regresar al camino del Señor.
En el profeta Isaías, esta teología de los sacrificios expiatorios que restituían la pureza legal da un paso gigantesco cuando aparece la figura del Siervo de Yahvé, que ofrece su vida como sacrificio por el perdón de los pecados.
Estas rápidas referencias nos permiten comprender mejor las lecturas de hoy. En la primera de ellas, vemos cómo Moisés construye un altar, inmola novillos como sacrificio en honor del Señor, promete obedecer sus mandatos, y luego rocía la sangre de los animales sacrificados sobre el pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes”.
La Carta a los Hebreos presenta a Cristo como el Sumo Sacerdote, quien lleva a cabo un sacrificio muy especial: “No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual obtuvo una redención eterna”. Más adelante el texto de la Carta explica el significado de la nueva alianza: “Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que Él les había prometido”.
El relato del evangelista Marcos reproduce la escena de la Última Cena, que es la institución de la eucaristía, donde el pan se convierte en su Cuerpo y el vino es la Sangre de la alianza que se derrama por todos.
La Iglesia Apostólica se fue consolidando en estas eucaristías domésticas en las que se reunían para partir el pan (así se llamaban las misas en los comienzos de la Iglesia). Estos encuentros los fortalecían para llevar a cabo la misión que les había confiado el Señor resucitado.
Para muchos católicos, la misa es un rito que los aburre y por eso dejan de participar en ella. Esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es una invitación para descubrir su sentido como banquete y sacrificio. Es el momento más sublime en el que, como comunidad de fe, nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios y alimentarnos con el Pan de vida y el Cáliz de salvación.
Muchos cristianos tienen una comprensión equivocada de la fe como si fuera una conexión individualista entre la conciencia personal y Dios. Eso no es cierto. La vida de la fe pasa necesariamente por la comunidad eclesial, que es el lugar teológico donde se proclama la Palabra de Dios, se reciben los Sacramentos, se alaba al Señor y se ora en común. Es necesario, entonces, hacer una catequesis que explique el significado de la asamblea eucarística para que no sea vista como una antipática imposición sino como un encuentro gozoso con el Señor, donde celebramos el memorial de la alianza nueva y eterna sellada por el sacrificio de Cristo en la cruz.
La participación en la eucaristía dominical no puede verse como un acto aislado en nuestra agenda semanal. Debe generar unas dinámicas de solidaridad. Este encuentro con el Dios amor debe transformar nuestra red de relaciones.
Es hora de terminar nuestra meditación dominical en esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, instituida para honrar y agradecer el regalo de la eucaristía. Para comprender el sentido de las lecturas bíblicas, hemos recordado el significado que tienen los conceptos de sacrificio y banquete en el Antiguo Testamento, así como la figura del Siervo de Yahvé descrita por el profeta Isaías. Vivamos la eucaristía, no como una imposición, sino como un encuentro privilegiado con la Palabra de Dios, con el Pan de vida y el Cáliz de salvación. La comunidad de fe se construye sentados a la mesa del Señor.
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