Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Isaías 50, 4-7
- Carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
- Marcos 14, 1—15, 47
Durante las semanas anteriores nos hemos preparado para celebrar el hecho más significativo de la historia de la humanidad: El Hijo eterno del Padre, que se ha hecho hombre por amor a nosotros, muere crucificado para que nuestros pecados sean perdonados. Su muerte en la cruz no ponepunto final a su testimonio de entrega;el Padre lo resucita de entre los muertos y lo proclama Señor del universo
Estos acontecimientos son motivo de escándalo para muchos. Analizados a la luz de la lógica humana eran un absurdo impensable, pero el amor infinito de Dios hizo que sucediera lo inimaginable.
En las ceremonias del domingo de Ramos comienza una semana de gran intensidad religiosa. Los motivo para que no seamos simples espectadores, sino actores presenciales de algo que nos supera; estamos ante la más horrenda tempestad de odio que se haya desatado contra un inocente.
Iniciemos esta semana procurando descifrar los sentimientos del corazón de Cristo. Cuando Él se acerca a Jerusalén, sabe lo que le espera. El conflicto con los dirigentes religiosos ha llegado a un punto de no retorno, porque Jesús ha desenmascarado sus manipulaciones y trampas. Sus enemigos han llegado a la conclusión de que deben eliminarlo, y acechan la ocasión propicia. Jesús, conocedor de lo que le espera, siente miedo. Pero no vacila en su total obediencia a la misión que le ha asignado el Padre. Llegará hasta el final.
Sus discípulos están muy nerviosos, porque han llegado hasta ellos los rumores de la conjuración que se ha puesto en movimiento contra su Maestro. Ellos, que lo han oído predicar y han sido testigos de sus milagros en favor de los que sufren, están aterrados. En consecuencia, Jesús encuentra poco apoyo en sus inmediatos colaboradores; Él, la víctima, debe consolarlos y animarlos.
No asistamos a las ceremonias de la Semana Santa con el gesto aburrido de quien ha visto la misma película en repetidas ocasiones. Dejémonos sorprender por los acontecimientos que conmemoramos a través de la liturgia:
- El Jueves Santo valoremos el gesto humilde de Jesús que lava los pies de sus discípulos e instituye el sacramento de la Eucaristía, que es el regalo más maravilloso que podemos recibir; sus palabras nos llenan de esperanza: “El que come de este pan vivirá para siempre”.
- El Viernes Santo acompañemos al Señor por la Vía Dolorosa. La brutalidad humana se enseña contra este hombre cuyas manos no hicieron otra cosa que bendecir y ayudar. Las últimas palabras que pronunció desde la Cruz son un inolvidable testamento espiritual.
- Y cuando parecía que todos los sueños de unos cielos nuevos y de una tierra nueva habían sido sepultados bajo la piedra del sepulcro, al amanecer del domingo los primeros testigos descubren la tumba vacía y escuchan el mensaje de los ángeles que anunciaban que el Señor estaba vivo.
- No registremos con apatía este anuncio: ¡El Señor vive! ¡Ha triunfado sobre la muerte! ¡Su triunfo es nuestro triunfo y es fuente de esperanza!
Hoy domingo de Ramos empezamos a celebrar estos acontecimientos que cambiaron el curso de la humanidad.
Después de estos comentarios generales sobre el significado de la Semana Santa, focalicémonos en el sentido del Domingo de Ramos
Durante siglos, los profetas habían anunciado que un descendiente de la estirpe de David reinaría para siempre en la ciudad santa. Pues bien, ese día ha llegado. Jesús, el Mesías, entra solemnemente en Jerusalén, la ciudad de David, capital religiosa y política.
Pero se trata de una toma de posesión muy curiosa, atípica. El Mesías no entra rodeado del esplendor de los desfiles militares. Lo hace con absoluta sencillez. Sin pretensiones. Para comprender esto vale la pena repasar el texto de la Carta de san Pablo a los Filipenses que acabamos de escuchar: “Cristo, siendo Dios, no consideró que debería aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”.
El Mesías que toma posesión de su capital no se comporta de acuerdo con el guion convencional que sería de esperar en circunstancias tan especiales. Entra en un burrito, y son los pobres y los niños quienes le dan la bienvenida y ven en Él al enviado de Dios; su mirada simple percibe lo que los poderosos, cegados por el odio, eran incapaces de valorar.
La manera como el Maestro entra en Jerusalén es una elocuente lección para la presencia de la Iglesia en medio de la sociedad. La comunidad rechaza a aquellos pastores que actúan como poderosos señores y exigen que les rindan homenajes. Los pastores de la Iglesia serán acogidos en la medida en que se presenten como servidores de la comunidad.
Vivamos, pues, estos días santos con recogimiento. Acompañemos al Señor en el cumplimiento de su misión. Y agradezcamos su inmensa generosidad al dar su vida por nosotros.
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