El amor infinito de Dios es la clave para descifrar el misterio

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • II Libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
  • Carta de san Pablo a los Efesios 2, 4-10
  • Juan 3, 14-21

En estos cuarenta días de peregrinación hacia la celebración de los misterios de la redención, vamos desentrañando, poco a poco, esa tensión existente entre la libertad humana, deslumbrada por las falsas promesas de felicidad, y el amor sin límites de Dios, que permanece fiel a su alianza a pesar de las incontables infidelidades de su pueblo. Esta misma tensión se da dentro de cada uno de nosotros. 

En el texto de la Carta a los Efesios que acabamos de escuchar, encontramos una fiel descripción de esta tensión: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la vida con Cristo y en Cristo”.

 

Este es el mensaje central de este domingo: “Estábamos muertos y Él nos dio la vida”. Este mensaje central, que nos prepara para comprender el sentido profundo de la Semana Santa, es desarrollado con gran profundidad por las lecturas que acabamos de escuchar.

 

En primer lugar, profundicemos en la expresión de san Pablo: “Estábamos muertos”. Para ello, vayamos a la primera lectura, tomada del II Libro de las Crónicas. Allí se relata uno de los acontecimientos más dolorosos vividos por el pueblo de Israel. Se trata del destierro a Babilonia. El autor del Antiguo Testamento describe, con crudo realismo, los antecedentes de esta tragedia, la cual termina por voluntad de Ciro, rey de Persia.

 

Los dirigentes religiosos y políticos de Israel, así como el pueblo, perdieron el rumbo, como si una locura colectiva se hubiera apoderado de las mentes y voluntades de todos. Ese caos moral y religioso es descrito en pocas palabras: “Multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos”. Dieron la espalda a la Alianza y olvidaron las infinitas muestras de amor que Yahvé había tenido con ellos. Como un padre busca corregir al hijo extraviado, Yahvé envió mensajeros para exhortarlos a la conversión.

 

Pero nada sirvió. Vino, entonces, una medida pedagógica radical, y Dios permitió que el rey de los caldeos irrumpiera en sus territorios. Fue un huracán que arrasó todo lo que encontró. Los sobrevivientes fueron llevados como esclavos a Babilonia. Era necesaria esta medida radical para que el pueblo reaccionara, tomara conciencia del abismo en que había caído y pidiera el perdón de Dios.

 

El salmo 136, que acabamos de escuchar, es un poema muy triste, que expresa los sentimientos de los expatriados que añoraban su tierra: “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar de nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla colgábamos nuestras arpas”.

 

Estos dos textos que acabamos de escuchar, el II Libro de las Crónicas y el salmo 136, nos permiten comprender el significado de la expresión de san Pablo en su Carta a los Efesios, quien afirma que “estábamos muertos por nuestros pecados”. La cruda descripción de la cautividad de Babilonia y la triste canción del salmista nos permiten comprender un poco el lado oscuro de la existencia humana.

 

Al llegar al Evangelio, esa oscuridad se llena de luz. Es el amor de Dios que supera las locuras de la infidelidad humana. Aquí leemos un texto que nos estremece por su profundidad: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Este texto nos da la clave para comprender el misterio de la salvación, no desde la lógica humana sino desde el amor. El misterio de la redención no tiene otra explicación que el amor infinito de Dios.

 

Si nuestra mente trata de encontrar una explicación diferente de la redención, se tropieza con una muralla infranqueable: la infinitud de Dios frente a la insignificancia del ser humano dentro del universo; la santidad de Dios vs. la maldad humana. Solo el amor infinito puede superar esa muralla.

 

En este texto del evangelista Juan encontramos unas afirmaciones que nos llenan de esperanza:

  • “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él”.
  • “El que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Muchas veces los fracasos y las crisis nos roban la alegría de vivir. Quedamos sin energía. Nos sentimos tan deprimidos como el salmista exiliado que, junto a los ríos de Babilonia, evocaba con nostalgia a su patria. Los seguidores de Jesús resucitado tenemos que ser mujeres y hombres de esperanza. No podemos declararnos vencidos. El amor infinito de Dios es fuente de energía, paz y confianza.

 

Los invito, pues, a meditar estos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que nos va presentando cada domingo la liturgia. Ellos nos ilustrarán sobre el sentido de las celebraciones pascuales que, para muchos bautizados, son unas vacaciones desconociendo la magnitud del regalo que Dios nos hace.


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