Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
- Carta de san Pablo a los Romanos 8, 31-34
- Marcos 9, 2-10
El domingo anterior veíamos cómo la Cuaresma es un tiempo muy especial en el cual nos preparamos para celebrar los grandes misterios de la salvación. Es como una peregrinación interior. Pues bien, en este II domingo de Cuaresma, esta peregrinación interior nos conduce a dos temas teológicos de gran profundidad: Por una parte, está el mensaje del apóstol Pablo, en su Carta a los Romanos, sobre la total confianza que debemos tener en el Señor resucitado; por otra parte, está el contenido central del relato de la Transfiguración del Señor: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
Los invito, pues, a profundizar en estos dos textos. Empecemos con lo que nos propone san Pablo en su Carta a los Romanos.
- En el camino de la vida, encontramos todo tipo de obstáculos y luchas que van dejando una marca en nosotros. Hay crisis de las que salimos fortalecidos; otras nos dejan heridas muy hondas y la recuperación es lenta.
- Aunque cada persona es diferente y asume las dificultades y crisis de acuerdo con su personalidad y formación, encontramos algunos rasgos comunes que nos permiten trazar tipologías. Hay quienes, ante la magnitud de los problemas, se derrumban y renuncian a luchar. Hay otros que evaden la realidad y se refugian en grupos o movimientos de muy diversa índole que hacen unas promesas imposibles de cumplir. Hay una tercera categoría de personas que buscan herramientas de superación en la ciencia y la tecnología, y son muy proactivos en la búsqueda de soluciones. Y hay un cuarto grupo, constituido por los seguidores de Jesús, que trabajamos en dos escenarios simultáneos: por una parte, usamos todos los medios humanos disponibles para resolver los problemas (y en esto nos parecemos a los de la tercera categoría), pero tenemos algo que nos diferencia radicalmente: una confianza total en el Señor.
- A propósito de la confianza, el argumento de san Pablo es contundente: “El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo?” Este argumento irrebatible de san Pablo, le permite exclamar: “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?” Por eso la confianza del creyente no se basa en méritos propios; se basa en el amor sin límites del Padre que nos ha dado a su Hijo.
El segundo mensaje que nos ofrece la liturgia de este II domingo de Cuaresma lo encontramos en el relato de la Transfiguración del Señor. El texto del evangelista Marcos tiene unos detalles que vale la pena destacar:
- Jesús selecciona a tres de sus discípulos más cercanos: Pedro, Santiago y Juan. Ellos tendrán un papel muy importante dentro del grupo de los Doce apóstoles, y serán protagonistas destacados en el desarrollo de las primeras comunidades cristianas.
- Jesús y sus discípulos se dirigen a la cumbre de un monte. Para el Judaísmo, las cumbres de los montes se asocian con experiencias espirituales particularmente intensas. El silencio de las cumbres y los paisajes que se abren evocan la trascendencia.
- Lo que sucede en esa montaña es una teofanía o manifestación del poder de Dios, experiencia que encontramos en diversos libros del Antiguo Testamento: luz resplandeciente, nube, voz que comunica un mensaje.
- La presencia de Elías y Moisés, máximos representantes de la tradición profética y de la Ley, muestra que Jesús es la realización de la promesa de Yahvé a su pueblo, y el comienzo de una nueva etapa, la Alianza nueva y eterna.
Dijimos al comienzo de esta meditación que el punto central del relato de la Transfiguración son las palabras que se escuchan desde lo profundo de la nube: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. Estas palabras confirman quién es Jesús y para qué ha venido.
Recordemos que, al asumir nuestra condición humana, el Hijo eterno del Padre se despojó de los atributos dela divinidad. Por eso sus contemporáneos se hacían mil preguntas acerca de su identidad. El hijo del carpintero hablaba como nadie lo había hecho hasta entonces; con su palabra dominaba las fuerzas de la naturaleza, sacaba demonios, curaba enfermedades y resucitaba a los muertos. En la Transfiguración, esa divinidad escondida se manifiesta radiante ante un grupo muy reducido.
“Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.Estas palabras no solo iban dirigidas a Pedro, Santiago y Juan, sino a los seguidores de Jesús de todos los tiempos. ¿Qué significa para nosotros, que estamos a 2.000 años de distancia de la experiencia de la Transfiguración, escuchar a Jesús?Lo primero que tenemos que afirmar es que la Palabra de Dios se nos comunica en el transcurrir cotidiano. No esperemos acontecimientos extraordinarios. Lo más importante es crear un clima de oración y de silencio interior que nos permita escuchar a ese Dios que no habla a través de tormentas o terremotos sino en el susurro de la brisa…En el mundo contemporáneo, tan ruidoso y tan intenso, no es fácil crear esos espacios de oración y silencio.
Dios nos manifiesta sus designios de muchas maneras. En primer lugar, a través de los textos sagrados, en particular el Nuevo Testamento; a través de las orientaciones que nos da la Iglesia; a través de las necesidades de los hermanos que sufren; a través de las interpelaciones del entorno social que nos convocan trabajar por el bien común; a través de nuestras responsabilidades en el cuidado de la casa común.
Cuando el relato de la Transfiguración nos habla de escuchar al Señor,no pensemos que estaremos frente a un discurso formal o que leeremos un documento con unas demandas concretas. Escuchar al Señor es un proceso de fino discernimiento espiritual para descubrir cuál es el camino que el Señor nos propone y el servicio que nos pide.
Esta Cuaresma es un tiempo propicio para el silencio y para la reflexión. Agucemos nuestros sentidos internos para así identificar las sutiles mociones del Espíritu en nosotros. En esta Cuaresma tenemos el reto de crear un micro-clima espiritual que nos permita acoger el mensaje de este domingo: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
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