Autor: Julio Jiménez, S.J.
Promotor de la Espiritualidad Ignaciana
Cuando organizamos nuestra agenda, no incluimos aspectos que son vitales. Creemos que ellos se dan. Sin embargo, la realidad es otra y se impone, gústenos o no, y aquello que no deseamos, “se nos viene encima” y rompe las estructuras más profundas de nuestro ser en todos los niveles, el físico, en mi caso; el psíquico-social y el espiritual.
Nivel físico
Estaba en un tratamiento para fortalecer los cartílagos de las rodillas y evitar su cambio. Todo iba a las mil maravillas y en la penúltima infiltración entró una bacteria e infectó la articulación de la rodilla izquierda dejándola totalmente paralizada. Técnicamente se llama “artritis séptica” con la posibilidad de producirse una septicemia, algo que, si no se la trata a tiempo, puede llevar a la muerte. Los dolores son inusitados.
El médico actuó rápido e hizo una artroscopia y lavado profundo de la articulación. A los tres días hubo necesidad de repetir y hacer un electrocardiograma para ver si la bacteria, que no es tan agresiva, también se había alojado en el corazón. Afortunadamente no fue así, pero hay que combatirla durante un mes con antibióticos.
A los nueve días, definieron que era más seguro ir a mi vivienda y ser paciente de “Hospital en Casa”, con la ventaja de evitar aquellas bacterias hospitalarias que hacen de las suyas.
Gracias a Dios, y a las cadenas de oración que se formaron entre todas aquellas personas allegadas, el proceso de sanación ha ido avanzando lentamente. La pierna queda semiparalizada y debo someterme a intensas terapias que supone aceptar el DOLOR. Prácticamente es aprender a caminar nuevamente.
Nivel espiritual
Sin embargo, lo más apasionante es aquello que sucede en lo más profundo de nosotros mismos,donde se encuentran los límites del ser encarnado en el intenso dolor y el silencio de Dios. La fe, por profunda que sea, no quita el dolor. Hay posibilidad que, una vez que pasan los acontecimientos, le de algún sentido.
Y así como aconsejo escribir a Dios una carta en momentos críticos, lo hice en medio de mi llanto, recordando e identificándome con las maldiciones de Job cuando, en su crisis existencial, rompe el silencio y entre muchas cosas dijo:
“Maldita sea la noche en que fui concebido, maldito sea el día en que nací, ojalá aquel día se hubiera convertido en noche y Dios lo hubiera pasado por alto y no hubiera amanecido… Maldita sea aquella noche que me dejó nacer y no me ahorro ver tanta miseria… ¿Por qué no habré muerto en el vientre de mi madre o en el momento mismo de nacer? ¿Por qué hubo rodillas que me recibieran y pechos que me alimentaran? Si yo hubiera muerto entonces ahora estaría durmiendo tranquilo descansando en paz… ¿Por qué no me enterraron como a los abortos como a los niños muertos antes de nacer? … ¿Por qué deja Dios ver la luz al que sufre? ¿Por qué le da vida a quien está lleno de amargura, al que espera la muerte y no le llega aun cuando la busque más que a un tesoro escondido? La alegría de ese hombre llega cuando por fin baja a la tumba. Dios lo hace caminar a ciegas, le cierra el paso por todos lados…”(Cf. Job capítulo 3).
Cuando el dolor se intensificaba, seme venían estos pensamientos y agregaba, ¿Dónde estás Señor? ¿Dónde tu ternura y tu amor? ¿Dónde tu presencia activa y sanadora? ¿Dónde tu poder creador y continuo? ¿Dónde tu capacidad de sanar? Si nos amas como todo un Dios ¿por qué permites que exista el dolor en tus hijos a quien dices amar?
SILENCIO…
Pero también recordaba, en mis noches de insomnio, que Dios le contestó con mucha fuerza:
¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia? Muéstrame ahora tu valentía y responde a estas preguntas: ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra? Dímelo si de veras sabes tanto. ¿Sabes quién decidió cuanto habría de medir y quien fue el arquitecto que la hizo? Cuando el mar brotó del seno de la tierra ¿quién le puso compuertas para contenerlo? ¿En dónde están guardadas la luz y las tinieblas? ¿Has visitado los depósitos donde guardo la nieve y el granizo…? ¿Quién es el padre de la lluvia y del rocío? … Tú que querías entablarme juicio a mí al todopoderoso ¿insistes todavía en responder? (Cf. Job capítulo 39)
Y luego me miró con ternura, se dirigió a mí y dijo,“Cuando sufres es cuando estoy más presente, así como lo hacen los padres con sus hijos. Comprendo tu situación, sufro en ti y yo no puedo ir contra las leyes físicas, el agua moja para creyentes o no creyentes. Ten paciencia…
Me dices ¿dónde estoy? Abre los ojos de tu corazón e interpreta. Estoy en tu comunidad, la Compañía de Jesús que, a través de tus hermanos ha estado palmo a palmo contigo. Nada te ha hecho falta, todo el equipo de médicos, enfermeras, empleados, te rodean. Allí estoy… en tu familia, que quería desplazarse inmediatamente a Cali para acompañarte, en tus amigos y amigas, en el centenar de llamadas de solidaridad y en esa espiritualidad que tratas de aplicar en tu vida existencial. Recuerda y repite aquella frase que un día te regalé y aparece en momentos como este, DÉJATE LLEVAR, ESTOY CONTIGO, Y TODO SALDRÁ BIEN, TE AMO”.
Me uno a Job que frente a la toma de conciencia que le hizo Dios y ahora a mí, terminó callado, ¿Qué puedo responder yo que soy tan poca cosa? Prefiero guardar silencio, ya he hablado una y otra vez, y no tengo nada que añadir (Cf. Job, capítulo 40,3-4)
Cuando el DOLOR va desapareciendo lentamente surge como un sol, su sentido. Es algo indescriptible "sentir y gustar" aquello de mayor presencia divina en la máxima limitación humana. Realmente su amor es insondable. Uno lo palpa, lo siente y lo ve en innumerables detalles maternales y el único deseo que tengo es dar a conocer ese amor misericordioso del Dios revelado en Jesús que transforma todo corazón que se abre con sencillez y humildad.
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