Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Éxodo 22, 20-26
- I Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10
- Mateo 22, 34-40
Los fariseos se habían propuestoaniquilar a Jesús, cuyas enseñanzas y denuncias se habían convertido en un serio obstáculo para sus propósitos. Y para poderlograr sus objetivos necesitaban acusarlo de un delito muy grave. Por eso le hacían preguntas malintencionadas, de manera que pudieran llevarlo ante los tribunales
El domingo anterior vimos cómo quisieron tenderle una trampa a propósito del pago de los impuestos. Jesús salió airoso respondiendo: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Este domingo, un doctor de la ley le pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?” La pregunta parece sencilla, pero está envenenada.
Los doctores de la ley habían desarrollado una complicadísima lista de preceptos que regulaban todos los aspectos de la vida familiar, social, religiosa y política. Eran más de quinientas normas. Cuando el doctor de la ley le pregunta cuál era el mandamiento más importante de la ley, pretendía lanzarlo a las profundidades de apasionados debates jurídicos y religiosos; así quería obligar a Jesús a tomar partido y ganarse furibundos contradictores.
¿Cómo maneja Jesús esta compleja situación? Se sitúa por encima del debate jurídico-religioso de los doctores de la ley, y propone los dos grandes pilares sobre los que se levanta una sólida espiritualidad. Lo que dice Jesús desborda las fronteras del Judaísmo, y se aplica a todas aquellas personas que viven honestamente sus creencias religiosas y que buscan la verdad: judíos, musulmanes, cristianos, budistas, hinduistas, etc. Jesús propone el amor a Dios y el amor al prójimo como las dos expresiones supremas de una auténtica espiritualidad, por encima de los ayunos, rezos, peregrinaciones, ritos, inciensos…
En esta meditación dominical intentemos responder a estas dos preguntas: ¿Qué significa amar a Dios y qué significa amar al prójimo? Empecemos explorando el significado del amor a Dios. En el texto evangélico leemos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. No se trata, pues, de una adhesión intelectual a unas doctrinas; tampoco se trata del cumplimiento de unos códigos de comportamiento. Amar a Dios es mucho más que eso. Es confesar a Dios como Creador y Padre amoroso, que envió a su Hijo encarnado para que nos mostrara el camino y nos revelara el misterio de Dios; es confiar absolutamente en su providencia; es alinear nuestra vida con la propuesta del Reino que instaura Jesús. La oración del Padrenuestro recoge maravillosamente estos sentimientos de adoración, alabanza, total disponibilidad y petición.
Muchas personas se declaran ateas porque rechazan imágenes culturales de Dios que lo presentan como un poder distante, frío, desentendido de la suerte de la humanidad, arbitrario en sus designios, inquisidor implacable. Con frecuencia, estas imágenes distorsionadas de Dios son el resultado de experiencias negativas de la religión, escándalos y agresivas campañas ideológicas. La mejor respuesta a estos contradictores es el testimonio de quienes viven el gozo del Evangelio.
Exploremos ahora el significado del amor al prójimo. En su respuesta al doctor de la ley, Jesús dice: “El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.
En numerosos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento se nos explica el significado del amor al prójimo, que es mucho más comprometedor que una filantropía que promueve nobles campañas o un paternalismo que reparte mercados y juguetes en las fiestas navideñas.
El texto del libro del Éxodo que acabamos de escuchar en la primera lectura es explícito en sus exigencias de justicia y solidaridad: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero; no explotes a las viudas y a los huérfanos; no te comportes como un usurero”. Los profetas fueron críticos muy ácidos de las prácticas injustas que se habían instalado en la vida cotidiana de Israel. A su vez, Jesús fue implacable en las denuncias contra las injusticias y discriminaciones. Vemos, pues, que la justicia es un componente esencial del mandamiento del amor al prójimo.
Un segundo componente del amor al prójimo es la misericordia. Jesús se identificó con el dolor humano y su ministerio estuvo inspirado en la misericordia; se dedicó a sanar todo tipo de dolores y sufrimientos. El Papa Francisco nos recuerda que “el nombre de Dios es Misericordia” y cómo toda la acción pastoral de la Iglesia debe estar impregnada de misericordia. De ahí el compromiso ineludible con los pobres.
La pregunta maliciosa que el doctor de la ley hizo a Jesús, es una extraordinaria oportunidad para comprender que una auténtica espiritualidad debe ir más allá de los formalismos externos para centrarse en lo esencial: el amor a Dios y al prójimo, asumidos como proyecto de vida que inspira cada una de nuestras actuaciones.
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