Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Zacarías 9, 9-10
- Carta de san Pablo a los Romanos 8, 9. 11-13
- Mateo 11, 25-30
Las palabras humildad y sencillez son muy exóticas en la cultura contemporánea, que estimula la competencia y alaba a quienes han llegado a la cima del poder. Más aún, el filósofo Nietzsche, muy conocido por sus ideas sobre el super-hombre, criticó ferozmente a la moral cristiana por proponer estos valores, que él consideraba propios de los débiles y fracasados.
Empecemos por las palabras del profeta Zacarías que presenta la imagen del anti-poder: “Da gritos de júbilo, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”. Sorprende la imagen de un rey que prescinde de la parafernalia que acompaña a las grandes figuras, para quienes su importancia es directamente proporcional al número de escoltas y automóviles blindados que hacen parte de su caravana. Todo ese despliegue de fuerza es intimidante; aleja del pueblo a quienes dicen representarlo. Muchos de ellos olvidan que son servidores de la comunidad y se aferran al poder.
Además de la humildad y sencillez, atributos que el profeta Zacarías destaca en el rey, lo presenta como constructor de paz. Leamos las palabras del profeta: “Él hará desaparecer de la tierra de Efraín los carros de guerra, y de Jerusalén los caballos de combate. Romperá el arco del guerrero y anunciará la paz a las naciones”.
Vale la pena destacar la importancia de este rasgo de los líderes políticos como artífices de la paz, pues nos causan profunda inquietud la agresividad y las pretensiones hegemónicas de algunos políticos mundiales que tienen bajo sus órdenes un imponente aparato militar. En esta atmósfera de crispación que se ha apoderado de amplias regiones del mundo, cualquier imprudencia puede ser un detonante de consecuencias imprevisibles.
En Colombia, nuestros líderes deberían dejar a un lado sus vanidades personales y comprometerse con la paz y la reconciliación. Así como el rey del que habla Zacarías hará desaparecer los carros de guerra y los caballos de combate, el gobierno y la oposición deberían trabajar juntos para silenciar las armas de todos los actores de la guerra.
Vayamos al texto del evangelista Mateo, donde leemos unas palabras muy directas de Jesús sobre la humildad y la sencillez: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla!”.
El pueblo sencillo se había abierto a las palabras de Jesús que anunciaban el Reino; por el contrario, los doctores de la Ley, que se creían poseedores de la verdad y dueños de la religión, eran sordos, no querían entender el lenguaje de las parábolas. El orgullo, que nos encierra en nuestras propias pequeñas verdades, blindados a lo que dicen los demás, nos lleva a tomar decisiones equivocadas.
Estas palabras de Jesús deberían ser meditadas por los científicos, particularmente por aquellos que reducen la verdad a lo que es verificable y medible. Sin embargo, hay preguntas muy hondas, que tienen que ver con el sentido de la vida, cuya respuesta no se encuentra en los laboratorios ni en los cálculos matemáticos. El llamado método científico no es el único camino para acceder a la verdad; hay otros caminos que nos conducen a horizontes llenos de luz. En la vida diaria, hemos encontrado personas muy sencillas, carentes de formación académica, portadoras de una profunda sabiduría. Escuchándolas a ellas, recordamos las palabras de Jesús: “Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”.
Si nos sentimos poseedores de la verdad, caeremos en los dogmatismos que contaminan todas las relaciones sociales. En la convivencia ciudadana, los dogmatismos se expresan a través de proyectos hegemónicos que pretenden imponer un modelo político determinado, cerrándose al pluralismo democrático. En las relaciones familiares, el dogmatismo bloquea la comunicación entre padres e hijos, atrincherándose cada uno en su posición.
El Maestro nos dice: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso”. El Hijo Eterno del Padre se despojó de los atributos de la divinidad para redimir a la humanidad. El mundo interior de los soberbios y ambiciosos vive en continua ebullición. Nunca están satisfechos. No conocen la paz interior. ¿Será que Putin o Trump pueden disfrutar de una amable tertulia familiar sin hablar de política o caminar desprevenidamente junto al mar jugando con su mascota? Los poderosos no conocen los placeres simples y hermosos de la vida.
La liturgia de este domingo, con su llamado a descubrir las riquezas de la humildad y la sencillez, nos inspiran a cambiar nuestro estilo de vida.
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