Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Éxodo 17, 3-7
- Carta de san Pablo a los Romanos 5, 1-2. 5-8
- Juan 4, 5-42
Las lecturas de este domingo de Cuaresma proponen a nuestra consideración dos escenas que, aunque separadas en el tiempo y con protagonistas muy diferentes, comparten un elemento común. El pueblo de Israel, que peregrina por el desierto, tiene sed; Jesús, que peregrina por los árido parajes de Tierra Santa, tiene sed. Estas dos situaciones, que son cotidianas y carentes de interés, se convierten en escenario de profunda significación en la historia de la salvación
Empecemos por la situación particular que nos narra el libro del Éxodo. El pueblo de Israel, que está en camino hacia la tierra prometida, tiene sed.Hay que recordar que este pueblo no es una comunidad inspirada por una misma pasión, sino que dentro de ella se escuchan voces disidentes que habrían deseado permanecer en Egipto bajo el yugo del faraón. La esclavitud, a pesar de las terribles limitaciones que imponía, ofrecía la seguridad de los bienes cotidianos. Esta nostalgia por la seguridad perdida alimentaba sus protestas. Las críticas se manifestaban con agresividad: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?”.
Moisés, líder de esta comunidad tan complicada, necesitaba revestirse de una paciencia infinita; le dice a Yahvé: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Solo falta que me apedreen”.
Este drama se repite a diario en todas las organizaciones. No faltan las voces críticas que expresan su malestar de manera agresiva, ignorando los hechos objetivos y denunciando motivaciones imaginarias y perversas de los líderes. El Papa Francisco está cargando esta pesada cruz, pues hay Cardenales y Obispos que se oponen a su labor apostólica de renovación de la Iglesia, y lo acusan de ir contra la doctrina, cuando nos motiva a ser misericordiosos frente a complejas situaciones humanas que quizás no estén en total concordancia con el Derecho Canónico.
El pueblo de Israel no solo se rebela contra Moisés, su líder, sino que también protesta contra Yahvé pues se siente abandonado: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Tenemos que reconocer que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido perdidos en medio de nuestro peregrinar, y el aparente silencio de Dios nos ha generado angustia.
Después de estas consideraciones sobre el relato del Éxodo, los invito a meditar este texto magistral del evangelista Juan sobre el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. La narración ha sido cuidosamente diseñada y nos ofrece unos detalles de gran calidez humana y profundidad teológica.
Lo primero que nos llama la atención es la referencia a la humanidad de Jesús. Después de describir la ubicación geográfica del pozo de Jacob, leemos: "Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía”. Jesús, que es el Hijo Eterno del Padre, se ha despojado de los atributos de su divinidad para asumir la condición humana en todo, menos en el pecado. En consecuencia, afronta todas las situaciones humanas: hambre, sed, cansancio, dudas, tentaciones, traición… La humanidad de Jesús nos invita a acercarnos a Él para confiarle nuestras incertidumbres.
Hay un segundo aspecto de este relato que debe ser resaltado. Se trata de la importancia que tiene la conversación en el ministerio evangelizador de Jesús. Él habla con la gente, escucha sus necesidades, responde sus preguntas, argumenta frente a sus contradictores. El diálogo es un elemento esencial en el anuncio del Reino.
En este domingo de Cuaresma quiero invitarlos a reflexionar sobre el lugar que tiene la conversación en las relaciones familiares y sociales. La palabra es la mejor herramienta que tenemos los seres humanos para tejer relaciones. Estos dos verbos, expresar y escuchar, son esenciales para la vida en sociedad. Por eso hay que revisar críticamente la distorsión que está produciendo la adicción a los teléfonos inteligentes y a las tabletas. Las familias ya no dialogan alrededor de la mesa sobre los hechos del día; los amigos salen a los restaurantes, pero cada uno está atado a su pantalla inmerso en las redes sociales, ignorando al que tiene a su lado.
Este diálogo entre Jesús y la samaritana nos ayuda a redescubrir el tesoro de la comunicación, seriamente amenazado por la invasión de la tecnología que rompe los encuentros personales.
El tercer aspecto que queremos destacar en este encuentro de Jesús con la samaritana es la total libertad de Jesús frente a los prejuicios religiosos y sociales de su época. Jesús habla con todos. Los judíos despreciaban a los samaritanos, a quienes miraban con desprecio. Por eso la mujer se sorprende cuando Jesús le dirige la palabra: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Esta es una lección espectacular que nos da Jesús. Son inaceptables los muros que pretenden separar a los seres humanos por motivos políticos, sociales, raciales, religiosos. Hay que oponerse a todas las formas de discriminación.
El cuarto aspecto que queremos poner de manifiesto en este relato del evangelista Juan es la pedagogía de Jesús quien, a partir de una situación simple del diario vivir como es la necesidad de tomar agua, entabla un diálogo que va acompañando a esta mujer hasta que expresa sus expectativas más hondas y está disponible para escuchar el anuncio de Jesús, que se manifiesta como el Mesías esperado: “Soy yo, el que habla contigo”.
Que las lecturas de este domingo, que tienen como elemento común el agua y la sed experimentada por el pueblo y por Jesús, nos conviertan en atentos interlocutores del Señor, que quiere conversar con nosotros sobre los interrogantes profundos de la vida.
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