Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Génesis 12, 1-4
- II Carta de san Pablo a Timoteo 1, 8-10
- Mateo 17, 1-9
El gran protagonista de este II domingo de Cuaresma es Abrán (quien más adelante será llamado Abrahán), un pastor nómada de avanzada edad, quien escuchó una insólita invitación: “Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que te mostraré”. Cualquiera de nosotros hubiera solicitado mayor información antes de dar una respuesta. Se trataba de un salto a lo desconocido. Sin embargo, Abrán no lo dudó un instante y dio respuesta afirmativa. Podemos imaginarnos las naturales preocupaciones que tuvieron que manifestar los miembros de su familia. Pero nada detuvo a Abrán.
Él emprende esta aventura apoyado en una promesa: “Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré”. Era tal su confianza en Dios, que no necesitaba más información. Le bastaba la promesa de Aquel que es siempre fiel. Y así emprende Abrán la más fascinante peregrinación que marcará profundamente la historia espiritual y cultural de la humanidad.
Yahvé decidió manifestarse a un pueblo, constituido por los descendientes de Abrahán, y lo hizo a través de los acontecimientos de su historia, los cuales fueron interpretados por unos líderes inspirados por Dios, como fueron los Jueces y Profetas.
Esta historia de la auto-manifestación de Dios al pueblo de Israel, y en él a toda la humanidad, estará marcada por todo tipo de acontecimientos y vicisitudes, pues el pueblo elegido era de dura cerviz, es decir, llevado de su parecer, y muchas veces se apartó del plan de Dios. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, cesaron los mensajeros o intermediarios que transmitían los designios de Dios, y la Palabra Eterna del Padre se encarnó en Jesús de Nazaret.
Por eso es tan significativo este sencillo texto del libro del Génesis, que narra en breves palabras la vocación de Abrahán, peregrino de la fe, la esperanza y el amor, con quien se inicia lo que hoy conocemos como la revelación judeo-cristiana. Los cristianos de las diversas Iglesias reconocemos a Abrahán como nuestro padre en la fe.
¿Qué significa la fe como una peregrinación?
- Abrahán tenía absoluta confianza en Aquel que lo llamaba a salir de su tierra hacia mundos desconocidos. La certeza en la promesa no eximió a Abrahán de las naturales peripecias de un viaje a través de parajes inhospitalarios, habitados por pueblos guerreros.
- Los cristianos iniciamos nuestra peregrinación en el momento en que recibimos el sacramento del bautismo, que es el rito de iniciación en la comunidad de fe que es la Iglesia. Los diversos sacramentos irán marcando nuestro camino hacia la casa del Padre. En este camino encontraremos luz y oscuridad, momentos de plenitud y también de soledad, y con frecuencia nos sentiremos perdidos como si Dios nos hubiera abandonado a nuestra suerte.
- Los escritos de los santos (por ejemplo, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz e Ignacio de Loyola) nos describen sus profundas experiencias de búsqueda en medio de las incertidumbres. ¿Quién no ha tenido dudas de fe? ¿Quién no ha tenido estas experiencias de soledad y abandono?
- Hace pocas semanas fue estrenada una película dirigida por Martin Scorsese, cuyo nombre es Silencio. Estuvo nominada para el premio Oscar 2017 a la Mejor Fotografía. Esta película se sitúa en la mitad del siglo XVII, y narra el viaje de dos sacerdotes jesuitas portugueses a Japón en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, había renunciado a su fe cristiana. Ellos mismos sufrieron el suplicio y la violencia con que los japoneses perseguían a los cristianos. El nombre de la película, Silencio, expresa la profunda crisis de los misioneros y sus comunidades que, en medio de la más cruel persecución, se sintieron abandonados de Dios, quien guardó silencio…
- La fe como peregrinación tiene momentos luminosos y momentos de oscuridad. Muchas veces Dios nos habla a través de personas o acontecimientos de la vida. Pero otras veces nos hemos sentido agobiados por el aparente silencio de Dios. Él, que siempre permanece fiel a la Alianza, nunca nos abandona. Cuando no se manifiesta como quisiéramos es porque desea que maduremos en la fe y purifiquemos nuestras motivaciones.
Decíamos al comienzo de esta meditación que el clímax de esta peregrinación de la fe, que se inicia con Abrahán, es la encarnación de la Palabra Eterna del Padre, que se hace hombre. Jesucristo es la plenitud de la revelación. Ahora bien, para sus contemporáneos, Jesús era simplemente el hijo del carpintero, cuya familia vivía en los alrededores de Nazaret.
Poco a poco, las palabras y los milagros de Jesús indicaban que estaban delante de un ser excepcional. ¿Quién era realmente Jesús? Esta respuesta solo pudo ser respondida plenamente después de la resurrección.
El evangelista Mateo nos relata hoy la Transfiguración de Jesús en la cima de una montaña. Allí, delante de un reducido grupo de discípulos, se revela la identidad y la misión de este personaje tan singular: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”.
Este relato del evangelista Mateo está redactado dentro del modelo propio de las teofanías o solemnes manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento; por eso aparecen elementos tales como la cumbre de una montaña, nubes, una luz resplandeciente, una voz potente. Tiene un profundo simbolismo que dentro del relato se destaque la presencia de Moisés y Elías, junto a Jesús transfigurado. Esto significa que Jesús es el punto de llegada de la Ley y los Profetas, que eran el eje del Antiguo Testamento, y el comienzo de una nueva etapa en la historia de la salvación.
Pongamos punto final a esta meditación sobre la peregrinación de Abrahán, que tiene como punto de partida una invitación de Yahvé y que culmina con Jesucristo, plenitud de la revelación. Tal como lo vivieron Abrahán y sus descendientes, la fe es un camino difícil que, en medio de incertidumbres y claroscuros, se apoya en una certeza inconmovible, que es la alianza nueva y eterna sellada por Jesús en la cruz.
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