Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Libro de la Sabiduría 11, 22—12,2
- II Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 11—2,2
- Lucas 19,1-10
En las lecturas de este domingo, encontramos unas reflexiones muy interesantes sobre la relación entre Dios y el orden de la creación. Los elementos allí identificados alimentan una espiritualidad contemplativa que, al sorprenderse ante las maravillas de la creación, no puede contener un himno de alabanza. Fue la profunda experiencia espiritual que inspiró a san Francisco de Asís, cuando compuso su Himno a las creaturas que empieza con las palabras Laudato si (Alabado seas), que retomó el Papa Francisco para su encíclica sobre “el cuidado de la casa común”
Estos “apuntes sobre una Teología de la Creación”, tomados del libro de la Sabiduría, se personalizan en ese maravilloso encuentro entre Jesús y Zaqueo, en el que el amor misericordioso de Dios, hecho carne en Jesús de Nazaret, llama por su nombre a este personaje que estaba ansioso por conocerlo. Los invito, pues, a descubrir los cuatro elementos básicos de esta Teología de la Creación que nos propone este texto del libro de la Sabiduría.
El primer elemento es el impactante contraste entre la infinitud de Dios y la finitud del orden creado, por impresionante e inabarcable que éste último sea. Los científicos nos hablan de miles y millones de años luz, pero nuestra mente no alcanza a darse una idea de lo que esto significa, pues nuestra existencia humana, por larga que sea, difícilmente supera los 70-80 años. Con la ayuda de potentes telescopios, los astrónomos descubren nuevas galaxias y parecería que el universo no tiene fronteras. Aunque estas realidades del cosmos nos sobrecogen, son nada si las comparamos con la infinitud de Dios. Por eso leemos en el libro de la Sabiduría: “El mundo entero es como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra”. Por eso suenan tan ridículas las pretensiones de algunos investigadores que creen que sus conquistas - aunque significativas, siguen siendo muy pequeñas -, los hacen dueños de las llaves del universo, y afirman que Dios es una idea fruto de la ignorancia de un mundo pre-científico.
El segundo elemento de esta Teología de la Creación es el amor que explica esta fantástica explosión de energía: “Tú amas todo cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho; pues si hubieras aborrecido alguna cosa, no la habrías creado”. Todo lo que ha sido creado por Dios es santo y bueno, y existe para su mayor gloria y alabanza. De ahí la enorme responsabilidad de la libertad humana, que puede desnaturalizar el uso de los bienes materiales, y convertirlos en instrumentos de explotación y destrucción. Somos administradores de esta casa común, la cual debemos dejar en herencia, mejorada y no deteriorada, a las generaciones venideras.
El tercer elemento de esta Teología de la Creación es reconocer la presencia de Dios en todas las creaturas, dándoles el ser y conservándolas: “¿Cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría podido conservarse algo, si tú no lo hubieras llamado a la existencia?”. “Tu espíritu inmortal está en todos los seres”.
En la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales, san Ignacio de Loyola invita a la contemplación para alcanzar amor. Es un llamado a descubrir la presencia de Dios en todas las cosas. San Ignacio nos motiva a ir más allá de las apariencias y descubrir en cada ser la presencia del Dios de la vida. Es descubrir la mano amorosa de Dios que, de forma que cuestiona a los científicos, escribe el código de la vida y traza el rumbo de las estrellas.
El cuarto elemento de esta Teología de la Creación es la misericordia. Hay un factor terriblemente desestabilizador del orden creado por Dios. Es el pecado. Lo entendemos como la posibilidad que tiene la libertad humana de subvertir este orden para buscar otros fines. ¿Cómo expresa el libro de la Sabiduría esta relación entre Dios, que crea por amor, y el hombre pecador? En la lectura que acabamos de escuchar encontramos unas expresiones muy claras:
- “Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse”
- “Tú perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, que amas la vida”.
- “Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor”.
Esta Teología de la Creación, expresada en este texto del Antiguo Testamento, da un salto inimaginable cuando la Palabra Eterna del Padre se hace hombre y asume nuestra condición humana. A través de su Hijo encarnado, el Padre le dice a Zaqueo, ese personaje considerado insignificante por los personajes de su época: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Zaqueo, más pequeño que un grano de arena o que una gota de rocío, es invitado al banquete del Reino por Jesucristo, Señor y Salvador. Son impactantes las palabras de Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abrahán, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”.
Este hermoso texto del libro de la Sabiduría, con sus cuatro elementos de una inspiradora Teología de la Creación, y el llamado personal de Jesús a Zaqueo, nos generan una profunda paz. Aunque nuestras vidas son insignificantes si las comparamos con la historia de la humanidad y la magnitud del universo, el Señor nos conoce por nuestro nombre, quiere que seamos felices, nos confía una tarea, tiene paciencia con nuestros pecados y nos invita a compartir su vida divina. Conscientes de esto, ¿qué nos puede amenazar? No somos viajeros sin rumbo. Peregrinamos hacia la Casa de nuestro Padre común y Jesús es nuestro compañero de viaje.
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