Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- II Libro de los Reyes 5, 14-17
- II Carta de san Pablo a Timoteo 2, 8-13
- Lucas 17, 11-19
Cuando leemos los textos bíblicos que narran las curaciones milagrosas de Naamán, general del ejército de Siria, y de los diez leprosos que salieron al encuentro de Jesús, el tema del agradecimiento domina la escena. Los invito, pues, a reflexionar sobre el significado profundo de este comportamiento, que manifiesta la calidad de las personas e, igualmente, tiene una profunda significación teológica. El Diccionario de la Lengua Española, de María Moliner, nos define de la siguiente manera el verbo agradecer: “Estimar un beneficio o una atención recibida”, “portarse con una persona como corresponde por un beneficio o atención recibida de ella”. A la luz de estas sencillas definiciones, analicemos el comportamiento de los protagonistas de los dos relatos:
- ¿Qué beneficio recibieron? Nada menos que recuperar la salud perdida. Además, la enfermedad que habían padecido, la lepra, era factor de exclusión social y religiosa. Para los beneficiarios de estas acciones milagrosas del profeta Eliseo y de Jesús, era como regresar al mundo de los vivos, porque podían reintegrarse a sus familias y a la vida en comunidad.
- Naamán y el samaritano eran conscientes del cambio profundo en sus vidas, y por eso regresaron para agradecer a quienes habían hecho posible esta transformación maravillosa. Reconocieron el don recibido y quisieron expresar su infinita gratitud. Esto habla de su calidad humana y de su profundidad interior porque no solo les cambió la vida social sino también su mundo interior. Naamán dice: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Y Jesús hacer referencia a la fe del samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
¿Qué pasó con los otros nueve protagonistas del milagro? Es la pregunta que hace Jesús, extrañado por su ausencia: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”.
Su comportamiento revela una terrible superficialidad. Sólo piensan en su nueva condición, pero no reflexionan sobre quien obró el milagro y su significado. Se comportan como si ellos tuvieran derecho a la salud, y simplemente habían recuperado lo que les pertenecía. No tienen conciencia de que la vida, y todo lo que ella contiene, son un don de Dios, que hemos recibido sin mérito alguno de nuestra parte.
¡Cómo nos cuesta agradecer! ¡Qué difícil es reconocer! Nos parece lo más natural del mundo recibir regalos y atenciones. Más aún, exigimos que sea así, y protestamos cuando las cosas no funcionan a nuestro antojo. En su Encíclica Amoris Laetitia sobre el Amor en la Familia, el Papa Francisco hace un sabio comentario: “En la familia es necesario usar tres palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Cuando en una familia no se es entrometido y se pide permiso, cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a decir gracias, y cuando en una familia uno se da cuenta que hizo algo malo y sabe pedir perdón, en esa familia hay paz y hay alegría”. Estos comportamientos manifiestan la calidad humana de las personas.
Después de estas sencillas reflexiones sobre la dimensión humana del agradecimiento, hagamos algunos comentarios sobre su dimensión teológica. ¿Qué nos dicen los Diccionarios Bíblicos sobre el significado del verbo agradecer y demás palabras relacionadas? Agradecer es tomar conciencia de los dones recibidos de Dios; es el reconocimiento gozoso de la grandeza de Dios; es proclamar las maravillas que obra el Señor. En su oración de acción de gracias, el creyente reconoce la acción de la Providencia en su vida; es consciente de todo lo que ha recibido de Dios, y no se ha familiarizado con el disfrute de estos beneficios, de manera que llegara a pensar que le corresponden en derecho. Debemos sorprendernos siempre ante las infinitas maravillas que obra el Señor en cada uno de nosotros y en el mundo que nos rodea. Ese es el contenido del himno de acción de gracias que pronunció María, y que conocemos como el cántico del Magníficat.
Estos dos extranjeros, Naamán y el samaritano, se abren a la acción de Dios. Reconocen agradecidos el beneficio de la salud que han recibido, y acogen el don de la fe, que les cambia la vida.
No seamos desagradecidos como los nueve personajes a quienes no se les pasó por la mente agradecer a Jesús la salud que habían recuperado, sin mérito de su parte. Nuestra vida cotidiana está tejida de innumerables manifestaciones del amor misericordioso de Dios, que pasan desapercibidas porque somos superficiales. Al comenzar el día y al finalizar nuestra jornada tengamos una palabra de acción de gracias al Dios de la vida.
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