Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29
- Carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24ª
- Lucas 14, 1. 7-14
Las lecturas bíblicas de este domingo nos proponen, como tema de reflexión, un asunto sobre el cual ningún periodista del mundo escribiría una sola línea por considerarlo carente de interés. Se trata de la humildad. Para los medios de comunicación, la humildad es un tema aburrido, que no suscita el interés del público. Lo que despierta curiosidad es la riqueza, el poder, las extravagancias y escándalos de los ricos y famosos.
Así como este mundo atrae, al mismo tiempo produce rechazo. Nos parece detestable el comportamiento altanero y soberbio de los poderosos, que desconocen las normas básicas de la cortesía: no saludan, desconocen expresiones tales como por favor y gracias, y consideran natural que todos les rindan pleitesía. Un perfecto ejemplo de la patanería de los poderosos es el señor Trump, candidato a la presidencia de los Estados Unidos.
Pues bien, la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos ofrece unas expresiones cargadas de sabiduría, que deberían ser incorporadas en nuestro comportamiento diario:
- “En tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso”
- “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas”
- “El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar”
Todos conocemos a personas muy valiosas que se comportan de acuerdo con estos principios sapienciales. No necesitan hacer ostentación de lo que saben y de su capacidad de influjo. Obran con discreción y esto los hace aún más interesantes e inspiradores.
Federico Nietzsche, el filósofo que escribió sobre el super-hombre, y que dio lugar al mito de una raza superior, rechaza absolutamente la humildad, a la que consideraba un comportamiento propio de los débiles y fracasados. Los acontecimientos de la II Guerra Mundial, con sus millones de muertos y destrucción, testimonian a dónde conduce el delirio de creerse superiores y así pretender imponer una hegemonía mundial.
Así como la humildad no es sinónimo de debilidad, tampoco se la puede asociar con una deficiente auto-estima. La falta de auto-estima es un grave desorden de la personalidad, que nos paraliza para tomar decisiones y emprender proyectos. No se trata de negar nuestros valores y potencialidades. La virtud de la humildad está impregnada de realismo, pues la persona humilde conoce sus cualidades y defectos, sus posibilidades y límites. Este realismo ahorra frustraciones por intentar caminos que no son transitables.
La persona orgullosa solo se oye a sí misma; está convencida de su genialidad y rechaza cualquier asomo de crítica. Este defecto es bastante frecuente en el mundo de la política, donde los que se creen mesías o salvadores del país, se rodean de áulicos que queman incienso a su alrededor. En el otro extremo de los orgullosos autosuficientes, se encuentran las personas apocadas, que son incapaces de expresar sus opiniones. La humidad de la cual nos habla este texto bíblico valora la actitud de querer escuchar y así aprender de los demás. El profesor sabio no es el que deslumbra a sus estudiantes con el brillo de sus conocimientos, sino aquel que es capaz de caminar junto a sus estudiantes y, en un trabajo colaborativo, hace preguntas, y así, en equipo, todos buscan evidencias, proponen hipótesis y explicaciones.
Las personas orgullosas son incapaces de establecer unas sanas y fecundas relaciones interpersonales porque siempre asumirán el rol dominante. Son relaciones verticales de poder y no relaciones horizontales entre sujetos que gozan de los mismos derechos. La persona auténticamente humilde es capaz de relacionarse en reciprocidad, pues no se siente superior a nadie y tampoco inferior a nadie; se siente igual en un tejido social en el que todos necesitamos de todos para apoyarnos y complementarnos.
Desde la perspectiva teológica, la virtud de la humildad consiste en reconocer nuestro límite como creaturas. La humildad nos pide tener siempre en nuestros labios una palabra de agradecimiento porque lo que somos y tenemos es un regalo. Nada nos pertenece por derecho propio. Llegamos al mundo desnudos y nos despediremos de él sin llevarnos nada al cementerio. La humildad como virtud teológica es reconocernos como pecadores y necesitados de salvación. El orgulloso juega a ser dios pues cree que no necesita de nada ni de nadie. Solo podemos abrirnos a la acción de la gracia si dejamos a un lado nuestro orgullo y permitimos que el Señor actúe en nosotros.
En este domingo en el que la humildad es el tema central, el evangelio de Lucas nos ofrece un texto magistral. Se trata de la parábola de Jesús sobre los invitados al banquete. Allí se reproduce una escena, muy frecuente en los eventos sociales, de los oportunistas que quieren ocupar los primeros puestos y salir en las fotos que aparecen en la página social de diarios y revistas. Jesús resume la enseñanza de esta parábola: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. La rueda de la fortuna da muchas vueltas. El dinero se gana y se pierde. Los ídolos del deporte y del espectáculo son olvidados en poco tiempo y reemplazados por otros. El que hoy está en la cúspide de las organizaciones, mañana es un NN.
Como decíamos al comienzo de esta meditación, el tema de la humildad no es el más cotizado. Pero reflexionar sobre esta virtud nos ayuda a ubicarnos en la realidad, tanto en las relaciones interpersonales como en las relaciones con Dios.
Escribir comentario