Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Isaías 66, 18-21
- Carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13
- Lucas 13, 22-30
Los libros de historia nos recuerdan los nombres de aquellos caudillos políticos y militares que, enceguecidos con el poder, han exigido veneración y lealtad absoluta a sus súbditos. En los tiempos actuales, nos sorprenden los desfiles militares en Corea del Norte, las marchas multitudinarias de apoyo al dictador Erdogan en Turquía y las largas filas de visitantes para ver los cadáveres embalsamados de Lenin y Mao. Estos personajes han creído poseer la verdad iluminada para sus pueblos, y pretenden asegurarse algún tipo de inmortalidad. ¡Ridícula pretensión! ¡No podemos jugar a ser como dioses! ¡Nuestras ideas personales no pueden pretender ser la verdad para los demás!
Todos estos intentos por imponer una verdad particular, salta en mil pedazos cuando los confrontamos con el plan de salvación, que es totalmente distinto. En la relación entre Dios y la humanidad, todo es gracia, regalo, invitación, respeto a nuestra libertad. En el plan de Dios no hay posibilidad de que un grupo de generales o un comité central se apodere de las llaves del Reino. El llamado es universal y democrático:
- En la primera lectura, tomada del libro del Profeta Isaías, leemos: “Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria”
- En el evangelio de Lucas encontramos expresiones elocuentes de esta apertura a la diversidad: “Vendrán muchos del Oriente y del Poniente, del Norte y del Sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.
Esta apertura a la universalidad contrasta fuertemente con lo que está sucediendo en nuestros tiempos, donde quieren cerrar las fronteras, se mira con sospecha a los extranjeros y se habla de construir un muro que separe a México y Estados Unidos.
Esta apertura a la universalidad, enunciada desde el Antiguo Testamento y ratificada por Jesús cuando dio la misión de proclamar la Buena Nueva hasta los últimos rincones de la tierra, necesita una cuidadosa planeación. No es suficiente con tener buena voluntad. El anuncio del Reino a culturas diferentes exige una investigación antropológica sobre los valores imperantes, el lenguaje, los símbolos, las expresiones artísticas, etc. Hay que comunicar la Buena Nueva en un lenguaje comprensible y cercano a las vivencias diarias de esa comunidad. De lo contrario, la evangelización será entendida como una forma de colonización, lo cual inmediatamente produce rechazo.
El Papa Francisco es muy consciente de estas realidades de las periferias porque, como él mismo lo expresó el día de su elección, procede del extremo del mundo. El Papa quiere que el gobierno de la Iglesia sea menos centralista. Quiere fortalecer a las Conferencias Episcopales, pues los pastores de cada región conocen perfectamente las sensibilidades y preocupaciones de sus comunidades. Por eso estas Conferencias Episcopales deben tener un peso importante en las decisiones de la Iglesia universal.
Pero nuestra reflexión sobre la universalidad del mensaje de salvación no se agota en la diversidad cultural de los países; no hay que cruzar fronteras políticas. Sabemos que la diversidad está presente dentro de casa, en nuestras comunidades de fe, en nuestras ciudades. Quienes trabajamos en el sector educativo sabemos que cada colegio o universidad es un pequeño universo donde es posible encontrar grupos socio-económicos diversos, opciones religiosas distintas de la católica, diversidad sexual, etc.; por eso tenemos que utilizar un lenguaje incluyente y abierto porque nuestros profesores y estudiantes no son homogéneos, y a todos ellos debemos acompañar en su proceso de crecimiento como personas y como ciudadanos.
Además de estos elementos teológicos sobre la universalidad del mensaje de salvación, en las lecturas de hoy encontramos una referencia a la pedagogía que Dios utiliza con su pueblo y con cada uno de nosotros. Leemos en la Carta a los Hebreos: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y da azotes a sus hijos predilectos. Soporten, pues la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos?” Y ¿cómo aplica Dios esta pedagogía de la corrección? De muchas maneras: nos corrige a través de nuestros padres, de los comentarios de los familiares y amigos más cercanos, nos corrige a través de las experiencias que vamos viviendo y que nos invitan a reflexionar, el examen de conciencia. Tenemos que tener la capacidad de discernimiento para entender que es Dios quien nos habla a través de las personas, de los acontecimientos y de las mociones del Espíritu en nuestro interior.
Es hora de terminar esta sencilla meditación dominical sobre la universalidad del mensaje de salvación. No pensemos que se trata de un discurso para los misioneros que parten hacia exóticos países. Esta universalidad o apertura debe ser garantizada en nuestra casa, en el barrio en que vivimos, en el lugar de trabajo. Dios ama a todos sin discriminaciones, a todos ofrece su gracia. Nosotros no podemos construir muros, ni imponer vetos, ni cerrar puertas.
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carmenza marin (jueves, 18 agosto 2016 11:29)
Definitivamente, cada día que anhelamos acercarnos mas a Dios, solo es posible si nos acercamos mas al prójimo. Pero ese prójimo diferente, que se sale de aquellos esquemas, de "buenos" y "malos", porque como dice el Padre Julio, en ese diferente,que va en contravía, es donde Yo puedo crecer, ser mejor ser humano,y vivir a Dios.
El diferente es el vehículo, que nos recuerda que todos tenemos una Dignidad, y siempre debe ser respetada.
Bendiciones Padre Julio.
Fernando (viernes, 19 agosto 2016 17:51)
Una de las taras más peligrosas de la historia de la humanidad ha sido la de juzgar al otro. Lo juzgamos desde nuestra lente que solo acepta nuestra óptica inquisitiva porque vemos lo que no queremos ser y/o no lo aceptamos por vernos reflejados en ese espejo. La culpa no aceptada por Adán que puso en evidencia a Eva y ella al primer ser que vio arrastrarse cerca del lugar del acontecimiento.